Mayra Rodríguez ha pasado 22 años en un “ir y venir” entre la mexicana Tijuana y la estadounidense San Diego, una vida de trabajo sin pausa que le permite pagar los estudios de piloto de avión de un hijo y que ahora se resquebraja con Donald Trump en la Casa Blanca.
Todos los días se forma a las 5 de la mañana en la fila peatonal de la garita de Otay para ir a su trabajo en una empacadora de comida mexicana congelada en San Diego. Pasa dos horas y media en transportes públicos desde su hogar en Tijuana y formada en el puesto de control fronterizo.
Salir de Tijuana, una polvorienta y desértica ciudad de 1,9 millones de habitantes, puede tomarle a un automovilista de una a tres horas en las horas pico, y los mexicanos ahora están preocupados de que el viaje será más largo luego de que Trump ordenara el miércoles la construcción de un enorme muro fronterizo y otras medidas para reforzar la vigilancia migratoria.
Más de un millón de personas y 400 mil vehículos cruzan legalmente la frontera de 3 mil 200 kilómetros cada día, según el presidente mexicano Enrique Peña Nieto, quien condenó el anuncio de Trump.
Mientras espera su turno para comer en un carrito de hot dogs estacionado a unos pasos de la garita de Otay, Mayra comenta las amenazas que hizo Trump como candidato y lo que ha hecho en sus pocos cinco días de presidente. Por momentos le tiembla la voz.
“Tengo el privilegio de trabajar allá, porque aquí yo no podría hacer nada de lo que hecho. Soy madre soltera”, dice esta mujer delgada de cabello largo pintado de amarillo.
Ella teme perder su trabajo porque cree que la construcción del muro hará más lento el cruce a San Diego.
En la mayor parte de la frontera en esta zona ya hay una gran valla de metal oxidado rojizo.
Paradójicamente Mayra Rodríguez también se ha visto beneficiada por Trump como muchos otros mexicanos que duermen en su país y trabajan “al otro lado”. La fuerte depreciación del peso mexicano frente al dólar derivada de las amenazas proteccionistas, ha llevado a la moneda mexicana a mínimos históricos.
“Ahorita estamos bien favorecidos gracias a Dios”, añade con cierta vergüenza esta madre de otra adolescente que estudia en un colegio privado.
“Tengo sentimientos encontrados, por un lado mis hijos viven aquí, tienen una buena vida aquí gracias a los dólares que yo ganó allá. No me gusta pasar la vida allá, pero me da miedo perder la oportunidad de poder ir y venir diario”, dice antes de volver caminando a su casa en Tijuana.
Del lado vehicular de la garita de Otay el tráfico avanza lento entre puestos ambulantes que venden comida rápida o estatuillas de la Virgen María. Atrapados en sus viejos y sucios automóviles, la mayoría con placas de California, los conductores hablan de sus temores por Trump.
“Sí seguro que vamos a perder más tiempo. La gente pierde trabajos por eso”, dice Julián Tamayo, de 49 años en una de las filas de más de 100 automóviles. Pero le molesta aún más que tendrá que padecer malos tratos de los funcionarios migratorios con más frecuencia. “Con esto que está haciendo Trump les está dando carta abierta para que lo hagan más ganas”, dice con hartazgo.
Para Héctor Rentería, que estudia arquitectura en una universidad pública de Tijuana, la primera consecuencia de la construcción del muro, va a ser que se hará más lento el tráfico. La revisión de documentos “será más estricta”, susurra.
Y añade con risa burlona: “yo creo que no es tan necesario el muro porque maneras de cruzarlo hay. Se van a buscar otras maneras de estar buscando, no hay necesidad de hacerlo”.
Tijuana también es un punto de cruce de camiones con todo tipo de mercancías. A los transportistas mexicanos les tomo años conseguir permisos para ingresar a Estados Unidos, y ahora les quita el sueño la idea de que se los quiten.
Más de 70 mil camiones cruzaron la garita de Otay al mes en la primer mitad de 2016, según cifras oficiales estadounidenses.
“Si (Trump) hace todo lo que dijo, pues sí nos va a afectar, ya no vamos a poder cruzar, se va a terminar este trabajo. Es una incertidumbre insoportable”, dice Román Díaz, de 45 años, cuyo camión con televisores avanza a paso de tortuga.
Dos kilómetros de largo tienen las filas de camiones, que avanzan en un tramo en paralelo a la línea limítrofe sobre una avenida de subidas y bajadas.
Entre el rugir de los camiones, cuatro hombres aprovechan para saltar la valla fronteriza de alambre, aunque la vuelven a cruzar de vuelta a México tres minutos después perseguidos por una camioneta de la Patrulla Fronteriza estadounidense. Pero se quedan decididos a unos metros de la línea esperando un mejor momento para volver a intentarlo.