Entender el porqué del éxodo empresarial estadounidense a México no es tan obvio como podría parecer en un principio.
Las empresas estadounidenses se están yendo al vecino del sur atraídas, evidentemente, por los bajos salarios que ganan los trabajadores al otro lado de la frontera.
Pero también lo hacen impulsados por la creciente competitividad de la economía mexicana.
En cualquier circunstancia, este fenómeno económico se ha convertido en un cóctel político explosivo en Estados Unidos, debido a la agresividad del presidente electo Donald Trump a la hora de condenar públicamente a las empresas estadounidenses que operan fábricas en México para exportar sus productos a su país.
El futuro ocupante de la Casa Blanca dice que la decisión las empresas de relocalizarse en México constituye una especie de traición al obrero de su país.
Efectivamente, las grandes corporaciones han encontrado rentable en muchos casos trasladarse al sur de la frontera para aprovechar el diferencial de salarios entre Estados Unidos y México.
Y pueden exportar a Estados Unidos sin pagar impuestos, por obra y gracia del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés).
Pese a que una de las promesas del NAFTA cuando empezó su implementación en la década de 1990 era que ayudaría a reducir la brecha salarial entre México y Estados Unidos, la diferencia de salarios sigue siendo enorme.
Thierry Legros, un canadiense que se desempeña como gerente de la firma de producción agropecuaria Red Sun Farms, que ha invertido en México para producir tomates para exportación al norte, le dice a Caroline Bayley, enviada especial de la BBC, que sus obreros en México ganan «entre ocho y diez veces menos» que sus pares en Estados Unidos.
Eso ayuda a explicar por qué los tomates mexicanos se han adueñado de parte importante del mercado estadounidense.
Salario e inversiones
Lo mismo ocurre en actividades manufactureras como en la industria automotriz, el centro de la disputa política que está teniendo lugar en la cuenta de Twitter de Trump.
Según reporta la agencia Reuters, las fabricantes estadounidenses pagan entre US$8 y US$10 por hora a los obreros de sus fábricas mexicanas.
En cambio, General Motors puede llegar a remunerar a uno de sus operarios sindicalizados en Detroit con hasta US$58 la hora.
Un diferencial que se mantiene incluso, apunta Reuters, en regiones no sindicalizadas del sur de Estados Unidos, a donde se han mudado algunas fábricas en busca de ahorros.
La firma surcoreana Hyundai le paga a sus empleados en Alabama US$42 la hora en promedio.
Ante esas diferencias enormes de salarios, no es de extrañar que una vez el NAFTA permitió el libre acceso de mercancías sin impuestos entre Estados Unidos y México en 1994, miles de fábricas establecieran operaciones en sitios como Tijuana.
Eso hizo que la inversión de Estados Unidos en México pasara de US$17.000 millones en 1994 a US$92.800millones en 2015.
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No basta
Sin embargo, es injusto con la industria mexicana decir que su ventaja radica solamente en que le pagan menos a sus trabajadores.
Al fin y al cabo, Estados Unidos tiene tratados de libre comercio con muchos países de salarios comparativamente bajos, pero ni la inversión ni el comercio con esos países es equivalente al que se da con México.
Colombia, por ejemplo, cuenta con un tratado de libre comercio que ofrece opciones similares de exportación a Estados Unidos.
Pero las exportaciones industriales de Colombia a Estados Unidos son una fracción de las mexicanas.
Aquí entran a consideración otros aspectos como el costo de transporte. México y Estados Unidos son naciones contiguas, unidas por un muy sofisticado conjunto de autopistas y vías férreas.
En cambio, Colombia, como ha reportado nuestro corresponsal en Bogotá, Natalio Cosoy, cuenta con una infraestructura deficiente que hace que cueste tres veces más transportar mercancía del interior del país a sus puertos en el Pacífico, que de ahí a China.
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La mano de obra
También, México ha venido haciendo una inversión importante en el desarrollo de mano de obra calificada en determinados sectores, como el automotriz.
Lo que ha hecho que su producción sea más competitiva.
En los primeros años del NAFTA, mucha de la producción industrial que llegaba a México adoptó el modelo de la «maquiladora».
Fábricas de baja tecnología, generalmente situadas en zonas fronterizas, empleaban a personal de baja calificación para realizar tareas simples de ensamblaje, mientras que las tareas tecnológicamente más ambiciosas seguían basadas en Estados Unidos.
Ahora, sin embargo, muchas de las nuevas fábricas de autos están en lejos de la frontera norte mexicana.
Y más que simples «maquilas», se apoyan en una mano de obra altamente calificada para cada vez más procesos de manufactura, cuyos productos resultantes después se envían a Estados Unidos.
Un flujo enorme
Por el momento, Trump no ha anunciado un marco general de acción que afecte a las actividades de todas las empresas estadounidenses en México.
Hasta ahora se limita a lanzar tuits contra empresas específicas, como fue el caso con Ford en días anteriores.
Pero si cumple con su amenaza de renegociar el NAFTA, podría establecer arancelesu otras restricciones a los productos manufacturados en México para su venta en Estados Unidos.
No obstante, que Trump pueda devolver el reloj de la historia a lo que ocurría antes de 1994 en esta frontera está por verse.
Después de 23 años y casi US$80.000 millones en inversiones estadounidenses, tomará un esfuerzo muy grande romper la integración que ya ocurre entre las economías de los dos países.