Lo impredecible suele ocurrir cuando los cambios se dan a tal velocidad que los anteriores patrones ya no nos resultan útiles para entender el presente y anticipar el futuro. Los procesos quedan fuera de control. Con esta lógica, podríamos considerar 2017 como un año impredecible.
El resurgimiento de los nacionalismos trasnochados en países como Gran Bretaña, Rusia o Estados Unidos, como reacción a lo que una parte de su sociedad percibe como los efectos adversos de la globalización, han marcado una nueva dinámica mundial. El antídoto contra la globalización: el aislamiento. Putin instalado en la nostalgia de la Rusia zarista; May en las glorias del imperio británico que hace tiempo pasó a ser historia y Trump de vuelta al mundo de hace cien años, cuando el aislamiento de Estados Unidos era visto como el mejor escenario para sus intereses, hasta que el crack de 1929 demostró lo contrario.
Las peores epidemias se generan cuando existen virus mutantes que resultan desconocidos y cuyo antídoto no se ha inventado. Sus consecuencias son impredecibles. Nadie está preparado. Salvo por dos aspectos que pueden hacer la diferencia. Primero, la conciencia de que lo impredecible existe. Segundo, que la respuesta para enfrentarlo depende de la capacidad instalada y de la velocidad de aprendizaje y adaptación. Dos importantes leyes de lo impredecible. Cuando en 1997 surgió en Asia un nuevo virus de la gripa aviar, la comunidad científica mundial especializada trabajó incansablemente, de día y de noche, durante muchos meses, hasta establecer la naturaleza del nuevo virus y la forma de enfrentarlo.
El momento histórico que vivimos hace más que recomendable recurrir al laboratorio a buscar los virus que provocan lo impredecible. Es el caso del nacionalismo anacrónico – por su inconsistencia con la realidad – que invadió el cuerpo ruso, británico o estadounidense. ¿Cómo llegó ahí? ¿En quienes encubó el virus? ¿Cuál es su nueva fisonomía?
Ingenuo resultaría pensar que quienes están contaminados cuentan con mayor certidumbre sobre el futuro. Ellos tampoco saben lo que sigue. La señora May no tiene mayor idea de cómo conseguir acceso al mercado único europeo sin permitir la libre circulación de personas. El señor Trump no tiene la menor idea de cómo habrá de sostener al sector agrícola, de construcción y de múltiples servicios, que dependen de la mano de obra extranjera. O de cómo posicionar al país más poderosos del mundo cerrando sus fronteras y excluyendo del proceso a todos los que no son y no piensan como él. Putin y Xi Di Ping tienen más experiencia para predecir las consecuencias de sus acciones, pero tampoco tienen el control de las acciones que desencadenan y mucho menos de las reacciones de otros.
Habrá que incluir en la agenda del laboratorio de lo impredecible la medición de la influencia de los líderes políticos. ¿Son ellos los que imponen las condiciones al entorno o es el entorno el que hace posible que ellos lleven la batuta? Daniel Inneratity, catedrático español de filosofía política, señala que la tarea no consiste en modificar los comportamientos individuales sino en configurar adecuadamente su interacción, a lo que llama inteligencia colectiva.
¿Cómo me afecta el hacer del otro? ¿Lo puedo evitar? ¿Puedo aminorar sus efectos? ¿Cuento con un plan B, C o D para moverme frente a lo impredecible? ¿Cuento con un laboratorio estratégico de política exterior para buscar respuestas?
Si no salgo a la calle, efectivamente mis probabilidades de ser arrollado por un auto disminuyen significativamente. Sin embargo, la vida que me espera encerrado en mi casa esperando que no me caiga un meteorito, un avión o me explote la instalación de gas, no me parece una opción muy atractiva.