El poeta y novelista belga Georges Rodenbach afirmó: «Toda ciudad es un estado de ánimo». Escribió Brujas la muerta, donde el deceso de la esposa del personaje central se convierte en el duelo por una ciudad: «Brujas era su esposa muerta. Y su esposa muerta era Brujas. Las dos unidas en un destino. Era Brujas la muerta, la ciudad sepultada en sus diques de piedra, con las arterias de sus canales helados una vez que el gran pulso del mar había dejado de latir en ellos».
Con ese sentimiento hundido evoco el dolor en Monterrey, luego de la tristísima, terrible tragedia en uno de sus colegios. Escribo con profundo respeto por todos los involucrados, las víctimas directas e indirectas, que son todos, los conmovidos y no, por un hecho que nos debe llevar a varias reflexiones.
El dolor es en, no de Monterrey. Este evento es la manifestación de un sistema enfermo, cuya sanación va mucho más lejos de revisar mochilas. En toda sociedad hay comportamientos que se cultivan, son el conjunto de acciones previas que conducen a que algo suceda. Los humanos aprendemos por imitación, luego entonces podemos hablar de imitación cultivada, los patrones a seguir. Los altos niveles de violencia en México se manifiestan de diferente forma, ahora fue en Monterrey, un fractal (un subsistema que replica la misma estructura, a diferente escala) de otro modelo (el país). La corrupción y extorsión que se da en una calle con los franeleros es un fractal de la corrupción y la extorsión en otras esferas de la vida pública. El saqueo a una tienda de autoservicio es un fractal del saqueo al erario.
Independientemente de los factores individuales, que influyen por supuesto, la tragedia en Monterrey es un asunto sistémico de México, caracterizado por una creciente normalización a la exposición de la violencia; cada vez vemos más actos violentos y cada vez nos sorprendemos menos. Vivimos la era de la incredulidad suspendida. Los patrones que explican la biología evolutiva dictan que eventualmente se llegará a un grado tal que nuevamente recuperaremos la capacidad de sorprendernos. Y lo haremos porque necesitamos sobrevivir. Gran parte de la extinción de especies animales y diferentes homos que alguna vez habitaron la Tierra se dio por su limitado sistema de alarma a potenciales peligros o depredadores. Aunque siento a un sector de la sociedad indignado por los hechos en Monterrey, otra parte es indolente, especialmente los jóvenes, quizá las víctimas más afectadas por la exposición a la violencia.
Diferentes estudios de neurociencia han dado resultados similares para afirmar que la exposición a la violencia afecta las estructuras y la operación del cerebro. Fuentes de exposición a la violencia como ciertas noticias, algunas letras de canciones, gran cantidad de videojuegos (una industria multimillonaria en el mundo), la difusión masiva y sin control de actos de violencia en las redes sociales, producen, comprobado por los estudios científicos, alteraciones cerebrales, conductas agresivas y mala toma de decisiones, especialmente durante la adolescencia, etapa en la que el cerebro no ha terminado de madurar para un funcionamiento óptimo.
Vivimos un contexto donde se privilegia ser combativo a ser colaborativo (ver el pobrísimo discurso del nuevo presidente de Estados Unidos) y donde esa incredulidad en pausa es una tragedia que se suma a cualquier hecho violento que ya vemos como parte del panorama cotidiano. Neguémonos a aceptar esa condición humana. Diría Galeano, «somos lo que hacemos para cambiar lo que somos».
Revisar mochilas en las escuelas es una medida mediática e inútil si no viene acompañada de una estrategia pensada en influenciar al sistema. Estas medidas no deben venir nada más del gobierno, deben ser impulsadas por nosotros, la sociedad en general, conjuntamente con las autoridades, deben ser vividas en las empresas y en el seno de los hogares: restricción a la exposición y difusión del contenido violento de cualquier índole y la apología de conductas delictivas, enseñanza de la ética y los valores fundamentales del ser humano, formación de personas más dispuestas a colaborar que a combatir.
Porque, parafraseando a Roden-bach: «Monterrey es nuestros hijos muertos. Nuestros hijos muertos son Monterrey».
@eduardo_caccia