Hay dos cosas que un hombre no debe permitirse: amenazar o dejarse amenazar.
Jorge Luis Borges
Una joven en New Hampshire interpeló a Donald Trump sobre su actitud ante las mujeres. Al magnate no le gustó nada su tono. Es más, lo ofendió. La madrugada siguiente, en su loco desvelo por su honor, tomó su arma letal (el iPhone) y disparó uno de sus típicos tuitazos contra esa «arrogante mujer… plantada por sus enemigos». Apagó la luz, reconfortado. La había puesto en su lugar. Al día siguiente, la joven (que creía vivir en el país de la libre expresión garantizada por la Primera Enmienda constitucional) comenzó a recibir ataques brutales y amenazas en las redes sociales. El acoso no ha cesado. (Véase The Washington Post, 8 de diciembre). El Bully, que (increíblemente) habitará (en sus ratos de ocio) la Casa Blanca, no ha dicho una palabra. Ni la dirá. No tiene la más mínima noción del daño que ha provocado. En su oceánico narcisismo no existe el otro. Solo existe (dorado, refulgente) su infinito Yo.
La anécdota ilustra la esencia de Trump. Es el Bully del barrio. Frente a la crítica, el bazucazo. El enemigo puede ser una joven inerme, un grupo social, étnico, nacional o religioso, un país o un conjunto de países, una zona geopolítica.
México ha sido uno de los blancos preferidos del Bully Trump. México como sinónimo de los «bad hombres» que les mandamos, criminales y violadores pero también ladrones de puestos de trabajo. Tanto en los campos de California como en las fábricas de automóviles en México, nosotros los privamos de sus empleos y contribuimos a su decadencia. (Nosotros, no el libre comercio ni la ley de la oferta y la demanda). Prometió construir un hermoso muro (con lindas puertas), deportar a millones de indocumentados, secuestrar remesas, renegociar en términos severos (o, peor aún, denunciar) el Tratado de Libre Comercio. Llevadas a la realidad, cualquiera de esas amenazas implicará inmensos costos de zozobra y sufrimiento para los mexicanos de ambos lados de la frontera, costos que todavía ahora somos incapaces de imaginar.
Desde hace tiempo, al vislumbrar que Trump llegaría lejos (aunque no tan lejos) pensé que a los tiranos no se les apacigua, se les enfrenta. Enfrentarlos no significa atacarlos o insultarlos. Significa tener presentes todos los medios para responder: diplomáticos, legales, comerciales, estratégicos. Esperemos que el gobierno y la iniciativa privada echen mano de ellos. Pero entre los recursos posibles no debemos olvidar uno que suele ser muy efectivo frente a los bullies: exhibir su ventajismo, su ruindad moral. Los negociadores mexicanos, llevados al extremo, pueden usar el recurso: rehusarse a dialogar con quien amenaza.
Para la oposición y la sociedad civil, la forma más eficaz es la protesta masiva y pacífica a la manera de Gandhi. Con un despliegue de dignidad logró la independencia de la India. Pero para encabezar acciones de resistencia se necesitan liderazgos, y no los veo en los partidos de oposición. Por eso celebro la actitud de Cuauhtémoc Cárdenas quien el próximo día 17, ante el muro que ya existe en Tijuana, tendrá un acto público de protesta pacífica. Lo acompañarán las madres de los indocumentados que hace años no tienen más contacto con sus hijos que tocarlos con las yemas de los dedos a través de los mínimos resquicios del muro. Lo acompañará también Salvador Nava (hijo del inolvidable líder cívico) y quizá Javier Sicilia (uno de los pocos líderes morales de México). Estarán presentes organizaciones de trabajadores de México y Estados Unidos. Ojalá Cuauhtémoc pronuncie unas palabras que evoquen las que se escucharon en los ochenta frente al Muro de Berlín: el llamado a derribarlo. Esa es una de las muchas maneras de enfrentar, con la inteligencia y el corazón, al Bully del barrio.
También la sociedad civil debe despertar. Quizá después del 20 de enero, cuando el mundo escuche el mensaje del Bully en su toma de posesión, la enormidad del peligro permeará a nuestra ciudadanía y (como en el terremoto del 85) nos mueva a salir a las calles a protestar, sin insultos ni bravatas, en un despliegue cívico de resistencia gandhiana que podría resultar eficaz. Nuestra mejor respuesta no será tanto la persuasión individual sino la acción institucional y la defensa legal en los tribunales (mexicanos, americanos, internacionales), acompañadas de una movilización de la sociedad civil que demuestre al mundo la dignidad histórica del pueblo mexicano.
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