«Los haitianos están tristes porque dejaron su país» , dijo durante su homilía el misionero que celebró la misa que conmemoró ayer en esta ciudad fronteriza, los 213 años de la independencia de Hati.
En punto de la 1:30, el oficiante, padre Webhert Maryland, haitiano radicado en Los Ángeles, California, dio inicio al rito al que pocos asistieron. La mayoría esperaba afuera de la Iglesia, San Felipe de Jesús, ubicada entre La Casa del Migrante y La Casa de la Madre Assunta, en la avenida Galileo, sentados en las banquetas.
Para los haitianos el primer día del año, es también el día en el que festejan haber expulsado de su territorio al gobierno colonial francés; recuerdan entre otras cosas que sus opresores no los dejaban degustar Joumou: «esta sopa es tan rica que no nos dejaban comerla, sólo la comían ellos», recordó a los presentes Maryland, «pero hoy comeremos esta sopa de calabaza como signo de libertad».
Hoy el pueblo haitiano es libre para comer la sopa, pero muchos no tienen con qué comprar sus alimentos; luego de las tragedias por los sismos y las crisis económicas miles de ellos han viajado a distintos países latinoamericanos entre ellos México. Unos 18 mil han llegado a Baja California desde mayo de 2016, para esperar ser atendidos por el gobierno estadunidense en su petición de asilo político.
«Los haitianos dejaron su hogar, en Haití no tenemos frío, aquí sí… Pero alguien tiene que decirles que sí son importantes; María también dejó su hogar, no tenía camioneta, ni una casa bonita pero encontró un pesebre», expresó Maryland en español, luego de haber leído el Evangelio de San Lucas en Francés.
El padre que ofició sin contar con permiso de la Arquidiócesis de Tijuana, continúo hablando en español hacía el final de su homilía: «Hoy quiero dar las gracias a los mexicanos por recibir a los haitianos, México también es un país que necesita de mucho trabajo y ayuda para estar bien, todos los países del tercer mundo lo necesitan, pero nos han recibido.
«Por eso digo no hay países pobres, hay hombres de mentalidad pobre. La riqueza no es de uno solo, si los haitianos están aquí es por falta de amor para repartirla», apuntó.
Las palabras del joven sacerdote fueron recibidas con un aplauso; un canto en el que se mezclaba el criollo y el francés se escuchó en el templo antes de cerrar las puertas. Los que estaban en misa y los que estaban afuera se dirigieron al edificio contiguo La Casa del Migrante.
Ahora sí llegó la hora de probar la sopa, todos toman su lugar en las largas mesas. Platos hondos recibieron el caldo amarillo de calabaza y carne de res. El chef haitiano que la preparó dijo que tenía bastante cebolla, también zanahorias, papas y lechuga.
Del Joumou se desprendía el vapor de lo recién hecho en el hogar, sería por eso y por el frío y porque estaban cerca las 4:00 de la tarde que los comensales se notaban ansiosos y algunos se asomaban ya a las grandes ollas en las que las mujeres sumergían el cucharón.
Un reportero preguntó: ¿tienen los hatianos mucho que festejar? Patrick Murphy, director de la Casa del Migrante, sonrió y dijo que ese era un espacio para que los migrantes se olviden un poco de todo por lo que están pasando. Relató que el padre Maryland se ofreció a celebrar esta misa, que un grupo de amigos que asiste a la parroquia de San Eugenio de Mazenod, convidó lo necesario para preparar el platillo típico de la festividad.
Entre sopa caliente y una piñata que esperaban los niños, la algarabía de la fiesta de Independencia hatiana eran sus voces: unos hablando francés con un curioso acento caribeño, otros mezclando criollo con francés y otros francés con criollo y otros más combinando todos esos idiomas con el español.
Según recuentos periodísticos, de los 18 mil haitianos que han llegado a Baja California 11 mil han logrado cruzar al otro lado y el resto sigue aquí, en espera de una respuesta de las autoridades del país vecino.