Creo que la economía capitalista es el mejor sistema para asignar los recursos escasos. No me produce ningún tipo de envidia ni enojo la gente rica que ha hecho su fortuna creando empresas: compitiendo, innovando y mejorando. Admiro a los empresarios de verdad, no a los monopolistas, que arriesgan su dinero para hacer más dinero. Lo que me parece detestable es dar un siguiente paso falso, es decir, pensar que el valor de una persona se mide por su fortuna. Es una estupidez. A lo largo de mi vida he conocido ricos que son una basura como seres humanos y gente realmente extraordinaria que son pobres o de clase media.
¿A qué voy con esta disquisición?
A que cada vez estoy más convencido de que el próximo Presidente de Estados Unidos únicamente admira y respeta a la gente que es inmensamente próspera como él. Como nunca, el gabinete presidencial estará conformado con multimillonarios en el país más capitalista de la historia. Individuos con inmensas fortunas ya sea porque han sido empresarios exitosos o directores generales de grandes corporaciones internacionales. Éstos, junto con varios militares, son los que gobernarán Estados Unidos a partir del 20 de enero.
Trump está en todo su derecho de escoger este perfil de personas. No dudo, incluso, que muchas de ellas vayan a tener éxito como funcionarios públicos. Lo que me interesa destacar es la actitud de su jefe, el próximo Presidente estadunidense. Sólo parece confiar en la gente que se le parece.
Durante su campaña se la pasaba presumiendo lo rico que era. Ahora se está rodeando de gente como él. Piensa que el valor de una persona se mide en dólares: entre más dólares, más valor. No sólo lo estamos viendo en su gabinete. Véase lo que ha hecho con México desde que ganó la elección el pasado ocho de noviembre.
Para empezar, según se ha filtrado a la prensa, Trump envió a uno de sus hombres de confianza, Corey Lewandowski, a reunirse con un grupo de empresarios mexicanos. No han trascendido los nombres de los agraciados, pero es de suponerse que fueron los más ricos del país. Y ahora nos enteramos que el fin de semana pasado, Trump cenó con el empresario más rico de México, Carlos Slim. Yo no tengo nada en contra de estas reuniones. Lo que me parece significativo es que los primeros acercamientos del Presidente electo sean con los de su clase, es decir los ultrarricos. Primero los hombres de negocios que los del gobierno. Antes Slim que Peña. ¿Por qué? Muy sencillo: porque es a los únicos que respeta y admira. Los demás son una bola de pelafustanes que no tienen valor para él.
¿Quiere usted ser parte del gabinete de Trump? Lo llamaremos cuando tenga cientos o miles de millones de dólares. ¿Quiere reunirse con el Presidente electo? Con gusto si está en la parte alta de la lista Forbes de multimillonarios.
Me parece fantástico que Donald Trump haya sido el candidato antisistema en las pasadas elecciones. Resulta que será el Presidente más representativo de la crema y nata del capitalismo estadunidense: los super rich. ¿Serán ellos los que salvarán a los pobres y a la clase media estadunidense del pantano de intereses económicos de Washington? Sí, cómo no.
Pienso en grandes personajes de la historia que no han tenido grandes fortunas pero han dejado una huella en la humanidad. Gente de gran valor sin fortunas exorbitantes. ¿Qué tendrían en común Moisés, Jesús, Mahoma, Shakespeare, Cervantes, Lincoln, Juárez, Darwin, Einstein, Newton, Churchill, Mozart, Beethoven, Da Vinci, Nietzsche, Freud, Gandhi, Galileo, Buda, Kant, Voltaire, Van Gogh, Cicerón y Locke? Que Trump no los respetaría por ser pobretones para sus estándares. Ni se reuniría con ellos ni los llamaría a gobernar Estados Unidos. Eso pasa cuando una persona piensa que el dinero lo es todo en la vida.