Durante su intervención en la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil, el secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, fue corregido por una pequeña. «No se dice ‘ler’, se dice ‘leer'», apuntó con tino y educación Andrea, ahora famosa en las redes sociales, ávidas del morbo y los resbalones ajenos. Aunque no le quedaba de otra, bien por el secretario Nuño al agradecer la corrección. Me parece que la anécdota per se es lo menos destacable. El episodio encierra otras lecturas.
Pronunciar mal la palabra «leer» no es tan grave como no saber leer. Y no me refiero al índice de analfabetismo sino al acto racional de entender un texto. Yo me di cuenta que no sabía leer. Durante mi paso por la Sogem, escuela de escritores, me topé con una realidad: «para escribir bien, primero leer bien». Tuve que contener mis ansias de escritor y dedicarle tiempo a la clase de análisis literario. En aquel entonces ya había «leído» Pedro Páramo, la primera obra que desmenuzamos en clase. Al releerla, la obra era otra muy distinta. Como una nueva presencia en Comala, se me aparecieron mis fantasmas de la ignorancia para decirme «¿te das cuenta?, no sabes leer». Ese momento fue una revelación, un parteaguas que marcó mi vida como lector.
Gran parte de mi educación transcurrió en escuelas públicas y no recuerdo que nos hayan enseñado a leer. Por lo que intuyo, tampoco en las escuelas privadas se enseña a leer. Cuando asisto a la FIL y veo los pasillos abarrotados de personas, es frecuente que escuche comentarios como «los mexicanos sí leemos, aquí está la prueba», cuando la evidencia es que los mexicanos abarrotamos los pasillos de una feria del libro. ¿Cuántos de los que asisten compran libros?, ¿cuántos de los libros comprados son leídos?, ¿cuántos de los «leídos» son leídos? Parece más importante el evento que el acto de leer, asistir a la presentación pública de un nuevo libro que al acto solitario y privado de hacer propia una obra.
Segunda reflexión, el error del secretario Nuño no quedó impune. Si México fuera un paciente en terapia intensiva y hubiera que curarlo de su mayor mal, diría que es la impunidad. Escandaliza enterarse de notas como la de ayer en este diario: «Dejan a plagiarios libres por minucia». Nuestro sistema de justicia (es un decir), por las razones técnicas y de debido proceso que ustedes quieran, promueve la impunidad, alienta la criminalidad, es el verdadero cáncer de México. Sólo así es explicable que haya asesinos, violadores, secuestradores que han sido capturados varias veces y luego son dejados en libertad por detalles administrativos. Peter Drucker, uno de los pensadores en materia de negocios y administración más influyentes del siglo pasado, estableció una diferencia sustancial entre ser eficiente y ser efectivo. Lo primero es hacer algo correctamente, lo segundo es hacer lo correcto. Nuestro aparato de justicia está orientado a ser eficiente, necesitamos uno que sea efectivo. Así como hablar de un libro no es lo mismo que haberlo leído, cumplir con los requisitos de justicia no es lo mismo que hacer justicia.
Tercera reflexión. Andrea no se quedó callada, actuó. Ya existe un índice mundial de impunidad en el que por supuesto no tenemos un lugar decoroso. De existir un índice mundial de participación ciudadana, seguramente la sociedad mexicana también saldría mal calificada. Uno de los rasgos de nuestro código cultural es que somos muy pacientes, muy aguantadores. Generalmente nos cuesta involucrarnos en asuntos públicos porque no nos gusta el enfrentamiento. No nos gusta señalar o denunciar las faltas de otros para no meternos en problemas, pero ¿no será que por eso estamos metidos en problemas? ¿Quién de nosotros hubiera corregido al secretario Nuño? Esta tibieza para corregir lo que está mal tiene su contraparte: nuestra ley no obliga, pide las cosas por favor. De nueva cuenta nuestro código cultural no nos ayuda, está lleno de expresiones de cortesía donde se privilegia la forma sobre el fondo. «Favor de no estacionarse en la zona destinada a los bomberos». Cuando el ordenamiento es una sugerencia, deja de ser ordenamiento, así se trate de un semáforo en rojo, hasta el desvío de recursos por parte de un gobernador.
Gracias, Andrea, por tu lección.
@eduardo_caccia