A lo lejos la garita de San Ysidro, uno de los puntos fronterizos más activos del mundo. Estoy del lado mexicano, en las alturas de un edificio. La vista es inédita para mí y para la mayoría de los habitantes de Tijuana. La amplitud y pulcra apariencia del Freeway 5 termina donde empieza nuestra patria. El camino se vuelve angosto como un embudo y no sorprende que haya baches en el pavimento. El conductor avezado en estos trances sabe que al cruzar «la línea» no sólo cambia de país, también de sistema legal.
En el ciudadano mexicano o en el norteamericano un interruptor subconsciente hace una transferencia, del modo «It’s the law» al modo «todo el peso de la ley». Cuánta gravedad en la primera, cuánta levedad en la segunda. De un lado, the law es reverenciada, temida y respetada, del otro, la ley es negociada, burlada, ignorada. Quienes cruzan todos los días viven los extremos: del Estado de Derecho al estado de impunidad.
La carencia de un Estado de Derecho es quizá el gran problema de México para enfrentar los males que de ahí se derivan: impunidad, corrupción, creciente criminalidad, sistema judicial que funciona para los criminales más que para los ciudadanos honestos, desequilibrios en las finanzas públicas, sistema político ineficiente, desigualdad social, y más. ¿Cómo pasar de un estado de impunidad a un Estado de Derecho? Responderlo es fácil, hacerlo no. Hay que modificar el sistema cultural mexicano para que haya un cambio gradual pero significativo en la conducta de sus habitantes.
En las sociedades donde la ley se respeta existe una simbología, no tan aparente para el habitante común, que refuerza el sistema en favor del Estado de Derecho. Por la influencia vecinal, el caso de EU es relevante. Toda la simbología norteamericana es una apología a la fuerza de la ley. Las patrullas son grandes, veloces, equipadas con tecnología, los policías están capacitados y visten del mismo color en todo el país. A través del cine hemos aprendido que la Corte es un lugar fundamental para el ejercicio del Estado de Derecho. Para ir a la Corte uno sube las escaleras (la ley por arriba de los demás), entra a un edificio usualmente imponente (apuntalado con sobradas columnas romanas). Dentro de la sala se practica un severo respeto por el juez, la gente se levanta, guarda silencio ante un personaje que estratégicamente viste distinto a los demás, su toga negra es una investidura, no un símbolo cualquiera, se trata de recordarle al ciudadano que esa persona tiene un poder superior. De hecho el juez se sienta en un estrado que está por arriba de los demás (signo y significado: la superioridad de la ley).
En El poder del mito, Joseph Camp-bell escribió que para que la ley tenga autoridad, el poder del juez debe ser ritualizado y sujeto de mito. Este poder es transferido a la ciudadanía a través de los demás símbolos del sistema de justicia, desde el policía que expresa «eso díselo al juez», al simple pero contundente disco de «Stop» que marca una raya legal donde los demás obedecen, «porque es la ley». El aculturamiento en pro de un Estado de Derecho es sutil y efectivo a través de ritualizar la cultura de la legalidad; ahí están un sinnúmero de series de televisión como Criminal Minds, CSI, que lanzan una señal contundente: «si la haces, la pagas», su contenido refuerza el hecho de que el Estado tiene los medios, la inteligencia, la tecnología, los servidores públicos honestos y eficientes para hacer cumplir la ley, de modo que los delitos no quedan impunes.
Requerimos pues una profunda reforma cultural, anclada en símbolos ad hoc y educación en la ética, que impacte el comportamiento de la gente ordinaria en situaciones ordinarias, pero también de la gente extraordinaria (por su investidura) en situaciones extraordinarias.
En México ritualizamos la conducta delictiva, hacemos apología del delito en el entretenimiento y en diversas manifestaciones culturales (y hasta para nombrar fiscales a modo que exoneran a sus jefes). El sistema cultural mexicano funciona muy bien para sus ordeñadores, los primeros interesados en que nada cambie. Ellos son quienes cínicamente nos repiten la expresión de humo que tanto nubla el progreso del país: «aplicaremos todo el peso de la ley».
@eduardo_caccia