Por:Ernesto Bartolucci Blanco

UNA DE LAS TANTAS MALFORMACIONES Y ATROCIDADES DE NUESTRA ESCRITURA, QUE VEMOS CADA DÍA CON MAYOR FRECUENCIA, ES LA DE OMITIR AL INICIO DE LA ORACIÓN LOS SIGNOS DE INTERROGACIÓN Y ADMIRACIÓN.

Esta práctica es, en realidad, un síntoma claro del síndrome de la pereza, o bien una calca de la norma inglesa, que exige únicamente la indicación interrogativa o admirativa al final de la oración? —Ah, verdad! Ya ven lo que se siente empezar a leer un texto pensando que se trata de una proposición declarativa, para encontrarse, al final de todo el chorizo, con que era una pregunta y tenerlo que leer todo otra vez para darle el sentido correcto?— ¿Y cómo podían nuestros lectores saber que la nota anterior era una pregunta y no un reproche
Cito ahora este caso, un mensaje de una compañera de trabajo, que ejemplifica muy bien la diferencia que un par de signos —y una coma— pueden hacer en un mensaje escrito.

«Ernesto, este programa está en el share, no lo vi, por favor me pones al tanto. Gracias.»

Claudia Ramírez Freytes

[traducción: «Ernesto, ¿este programa está en el share? No lo vi, por favor, ¿me pones al tanto?»]

¿Ahora entienden a lo que me refiero? ¡Basta! ¡Ni una omisión más!

El inglés y otros idiomas sólo exigen el signo al final porque la interrogación altera el orden del sujeto y el verbo, de tal forma que desde el inicio de la oración ya se sabe claramente que se trata de una pregunta —you have gone vs. have you gone? Visto así, el inglés hace, de hecho, una doble marcación de la interrogación, por lo que, incluso, el signo al final es casi irrelevante.

Sin embargo, el español no hace ningún ajuste de orden a su oración para distinguir a las declaraciones de las interrogaciones; así, la marcación del signo al inicio es fundamental para indicarle al lector que comienza una pregunta.

Para el caso específico de las expresiones admirativas, ni el inglés ni el español lo marcan con ninguna alteración del orden natural de los componentes de la oración, y, de hecho, ambos debieran marcarlo tanto al inicio como al final. Pero somos nosotros los que copiamos los malos hábitos de los otros y no al revés. En fin, al parecer, en este caso en particular, pudo más el malinchismo y la haraganería de las plumas hispanoescribientes.

Ernesto Bartolucci es maestro en lingüistica hispánica por la UNAM y actualmente es coordinador de arte y humanidades en la Dirección de educación continua de la Universidad Iberoamericana. También es miembro del Consejo editorial de Algarabía y un incondicional algarabiadicto y admirador de Maradona.

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