Nuestra ciudad mía (ensayos, artículos, crónicas y notas varias) nos presenta una caudalosa información a la manera de un exhaustivo tratado que, sin embargo, no le permite al autor la certeza o formulación de una posible identidad tijuanense.
Toda ciudad ofrece pistas visibles (y otras no tanto) que permiten a cualquier ciudadano o visitante tener a la mano un modelo para armar. Esto es, la posibilidad de contar con una idea objetiva o subjetiva de la ciudad que se habita, se conoce físicamente apenas, o tan sólo se sabe de referencia o simple oídas.
Desde hace varios años Humberto Félix Berumen se ha dado a la azarosa tarea de documentar todo lo relacionado con Tijuana: los orígenes mismos del nombre de la ciudad (la poco creíble teoría de una benevolente Tía Juana, la más probable derivación del nombre de un vocablo de una etnia de la región), su evolución de villorrio a la convulsa e incomprensible urbe de nuestros días, la difundida “leyenda negra” que desde siempre la ha acompañado.
Lo anterior es el corpus temático de Nuestra ciudad mía (Premio Estatal de Literatura en Periodismo Cultural, ICBC, 2006): una serie de colaboraciones que Félix Berumen publicó, originalmente, en la revista Tijuanametro y el suplemento cultural Identidad. En forma de libro, los textos publicados por entregas adquieren una unidad temática consistente y de gran interés para ahondar en la genealogía de lo fronterizo.
Se trata, para decirlo con el nombre de un suplemento cultural que por un largo tiempo el autor del libro dirigió, de todo un inventario de citas y alusiones a Tijuana desde las más diversas perspectivas, desperdigadas en notas sueltas, novelas, cuentos, obras de teatro, películas, canciones, estudios sociológicos, etc.
Aparecen en las páginas del libro literatos y personajes de todas las épocas (locales, nacionales y extranjeros) que consideraron importante mencionar a Tijuana o dejar un testimonio categórico sobre “la ciudad más visitada del mundo”, según reza el desdibujado eslogan turístico. Casi en su totalidad los comentarios o alusiones a Tijuana tienen un tono peyorativo, lastrado de clisés y estereotipos a la carta.
¿Por qué una ciudad suscita tan airados juicios y no conoce medias tintas? En los últimos tiempos vivimos una adversa situación que nutre los mitos de la ciudad caótica, fuera de la ley, violenta por encima de toda ficción cinematográfica donde la capacidad de asombro no se agota.
Nuestra ciudad mía (ensayos, artículos, crónicas y notas varias) nos presenta una caudalosa información a la manera de un exhaustivo tratado que, sin embargo, no le permite al autor la certeza o formulación de una posible identidad tijuanense. Y es que Tijuana “es la suma de heterodoxias, un rompecabezas armado de múltiples piezas, un palimpsesto articulado con los retazos de numerosos discursos” (H.F.B). Lejos de la sublimación de las Ciudades invisibles de Italo Calvino y más próxima a un laboratorio de la posmodernidad que recicla las contradicciones más evidentes.. Del enfoque multifacético con que el autor aborda el tema, particularmente resultan de mayor interés personal la imagen que de Tijuana han construido el cine y la literatura a lo largo de un siglo.
La ciudad cinematográfica. Se esboza una gran cantidad de películas mexicanas y extranjeras de muy distinta época y factura que se filmaron en Tijuana, o recrean a la ciudad fronteriza casi siempre en forma negativa. Ya sea In situ o en sets hollywoodenses localizados a unas horas de la frontera, Tijuana siempre ha sido una especie de Sodoma y Gomorra sin redención posible.
Las primeras películas aluden a las actividades más visibles del todavía incipiente poblado: el turismo, la evasión, el vicio, la migración, el contrabando, el juego y la prostitución. Este “pecado de origen” se mantiene hasta nuestros días más vigente que nunca, y la espiral de violencia reciente que azota a la ciudad poco ayuda a contrarrestar su imagen maltrecha y desvaída.
El cine mexicano aporta su buena dosis a la exacerbación de la leyenda negra de Tijuana. Numerosos títulos reinciden en esa noción vaga pero ampliamente presente en el imaginario colectivo: ciudad de paso y perdición, reducto idóneo de trásfugas de la ley y territorio propicio para lo permisivo. Cerrándole el paso a la tentación de lo enumerativo, definitivamente no se cuenta hasta ahora con un cine propiamente fronterizo (la categoría “frontera grifa”
“grifa” es tan sólo un recurso nemotécnico de Jorge Ayala Blanco, sí existen unos cuantos ejemplos de filmes que son una importante aportación a los distintivos temas fronterizos bajo un tratamiento con mayores aspiraciones estéticas (pienso inevitablemente en Touch of Evil, de Orson Welles, 1958; y The Champ, de King Vidor, 1931).
La ciudad literaria. Novelas, cuentos, relatos, poemas y obras de teatro han contribuido felizmente a la construcción y reforzamiento de los estereotipos más socorridos sobre la ciudad fronteriza. En Nuestra ciudad mía (título que el autor toma prestado a Salvador Novo) son numerosas las referencias literarias, desde las visiones moralistas en obras como Tijuana In, novela de Hernán de la Roca/ seudónimo de Fernando de Corral; la novela Calle Revolución y la obra de teatro La madre de todos los vicios, ambas del profesor Rubén Vizcaíno Valencia; a la coartada de sagas policíacas de connotados escritores norteamericanos, como el cuento La herradura dorada, de Dashiell Hammett, y la novela El largo adiós, de Raymond Chandler (“Tijuana no es nada: lo único que quieren ahí son dólares”). En todos los casos Tijuana y su calle principal son el equivalente del vicio y la perdición.
También escritores mexicanos muy disímbolos externaron su personal punto de vista sobre la ciudad: para José Revueltas la avenida Revolución sencillamente es “la obscena, la impúdica Calle Mayor de Tijuana” (Los motivos de Caín); en la novela Cristóbal nonato, de Carlos Fuentes, Tijuana es “Antijane”; en la novela Tijuana Dream, Juan Hernández Luna menciona que “Tiyei es la ciudad más cachonda del mundo”.
Las alusiones literarias que Félix Berumen incluye sobre Tijuana van de lo estrambótico y delirante al abierto vituperio: el errático novelista español Ricardo Bofill imagina en Bajo mi piel un laboratorio de tráfico de órganos humanos en la plaza monumental de Playas de Tijuana; en tanto que el estilete del cubano Guillermo Cabrera Infante hace gala de rudeza innecesaria contra Tijuana en su libro Mea Cuba.
Otro capítulo especialmente interesante del libro de HFB es el titulado “Crónica de estos días”. Género poco frecuentado pero altamente efectivo para plasmar la efervescente realidad fronteriza, se presenta aquí un breve pero sustancioso repaso de los escritores que han abrevado con mayor fortuna en dicho género, registrando con acierto y lucidez los diferentes procesos sociales que ha experimentado la región binacional en los últimos años.
En el apartado final, el autor mismo se habilita como cronista y se lanza en un hipotético viaje por los aires en pos de su ciudad. Describe con lirismo y agudeza la Tijuana personal que sugiere el posesivo singular del título de su más reciente libro. Nuestra ciudad mía, de Humberto Félix Berumen, es un compendio sobre la “tijuanidad” para iniciados y especialistas en el tema. Las múltiples piezas de un rompecabezas dispuestas para conocer y entender más sobre el fascinante tema que es Tijuana.
Humberto Félix Berumen
Instituto de Cultura de Baja California, 2008
177 páginas