Cuando entró al ‘área de ingreso’ del penal de Puente Grande, una celda claustrofóbica donde se aglutinan 300 reos en la que no hay colchonetas para dormir, ni cobijas, ni espacio humano para 0000recargarse en nada, Jorge Cueto pensó en miles de cosas, menos en que aquella pesadilla era el comienzo de un proyecto que hoy da trabajo a cientos de personas.
Desde una sala de juntas con vistas a la avenida Masaryk, en una de las zonas de mayor plusvalía de la Ciudad de México, el empresario mexicano de origen español cuenta que todo empezó en 2007.
Ese año, un cliente inconforme denunció por fraude a la empresa estadounidense en la que laboraba como director de área. En primera instancia, la querella no prosperó en Estados Unidos. Pero en México, “debido a unas triquiñuelas legales y a la corrupción”, sí dio como resultado que la justicia de Jalisco girara órdenes de aprehensión contra él y otros empleados.
“Yo llevaba dos años fuera de la empresa cuando se giraron las órdenes y no sabía qué estaba pasando –comenta con una sonrisa de resignación el empresario de ojos azules, nariz afilada, pelo largo gris, y un cierto parecido con el actor Michael Douglas-. Y claro, por eso era el único imbécil que no estaba amparado y me detienen en junio de 2012”.
El Ave Fénix y el nacimiento del ‘arte carcelario’
Una vez en Puente Grande, un complejo de prisiones de cinco módulos que encierra a 12 mil reos, Cueto apunta que, además del hacinamiento, las pésimas condiciones de higiene, y la corrupción, se encontró con que las oportunidades laborales para sobrevivir en la cárcel son muy escasas y, sobre todo, muy mal pagadas.
“Son trabajos de jardinería, un poco de albañilería y de mantenimiento, lavar, planchar…Pero estamos hablando de puestos muy contados y con unos ingresos de 20 ó 30 pesos a la semana”, comenta el empresario.
Por eso, muchos internos buscan alternativas en la artesanía. Es decir, en la producción de figuras rudimentarias de madera, o en la elaboración de cuadros con imágenes religiosas. Mientras que los más talentosos encuentran oportunidades mejor remuneradas con el ‘pitead0’, que consiste en bordar prendas con hilos de oro y plata.
“Veía que la gente tiene mucha necesidad de trabajar, de ayudar a sus familias que están afuera del penal. Entonces, pensé… bueno, y esta gente qué más puede hacer para ganarse la vida aquí adentro”, recuerda Cueto, quien sin saberlo encontró la respuesta en uno de los múltiples estudios de tatuaje que hay en Puente Grande.
“Un día se me ocurrió pedirle a un tatuador que, en lugar de dibujar en la piel de los reos, me tatuara un dibujo sobre un pedazo de cuero para hacerme una bolsa”.
Y así fue como empezó todo, dice Jorge con una sonrisa blanca que le acentúa su look de amante del buceo de profundidad y de la adrenalina.
Primero, le compró a otro preso el cuero. Se lo llevó al tatuador y éste le dibujó un Ave Fénix –“algo muy simbólico”, dice Jorge. Y finalmente, acudió a otro artesano, un indígena de Sonora, quien le trenzó a mano el trozo de cuero hasta dar forma a la bolsa que quería para guardar sus lentes, una libreta y un libro.
Después de aquel primer paso, las peticiones de trabajo se le empezaron a acumular a Jorge, al que dentro de prisión ya comenzaban a conocer como ‘El tío’, ‘El español’, o incluso ‘Padrino’. Esto, cuenta divertido, le granjeó “un cierto halo de misterio” entre el resto de internos, quienes preferían no molestar a aquel preso que daba trabajo a los demás, “por si se trataba de un mafioso”.
“Cuando me junté con tres o cuatro bolsas, todos estaban bien contentos conmigo –continúa narrando-. El que me hacía los tatuajes, el que vendía la piel y el que armaba la bolsa, todos me pedían más trabajo y así se empezó a hacer una microeconomía”.
Nueve meses después, a Cueto le notificaron que un juez federal revocó la decisión de la justicia de Jalisco y que, en efecto, era inocente. Para ese entonces -con el permiso de la penitenciaría-, ya tenía trabajando a 40 presos, entre tatuadores, armadores, y artesanos, y una habitación llena literalmente de bolsas ‘tatuadas’.
“El día que voy a salir de prisión, después de que me dijeran ‘perdón, nos equivocamos con usted’, los chavos me hicieron una despedida. Estaban contentos porque me iba, pero más preocupados aún por lo que pasaría con ellos, ya que tenían un ingreso constante. En ese momento me comprometí con ellos a que este trabajo tuviera forma y a que perdurara”, asevera el empresario, quien tras salir libre en junio de 2013 constituyó un mes después, con ayuda de la Universidad Iberoamericana, la fundación ‘Proyecto de Arte Carcelario’ y la marca registrada Prison Art.
De Puente Grande a París, Nueva York y Tokio
A partir de entonces, el proyecto que nació tras una pesadilla comienza a expandirse rápido.
A los cuatro modelos de bolsa iniciales, se le sumaron otros cinco patrones nuevos elaborados por un diseñador de modas de Guadalajara. Y de ahí, el gran salto: abrieron la primera tienda en San Miguel de Allende, donde especialmente a los turistas canadienses y estadounidenses el concepto de ‘arte carcelario’ les llamó poderosamente la atención, y luegomás locales en Playa del Carmen y en el aeropuerto de Cancún, en Quintana Roo, y en elcentro histórico de la Ciudad de México.
Como resultado, de los cuatro empleados con los que arrancó el proyecto, hoy Prison Art da trabajo a 219 prisioneros de diferentes reclusorios del país, a los que Cueto asegura que se les paga en función de un “comercio justo”.
“Nosotros no queremos que sea un trabajo como el de la cárcel, que para el Estado es a toda madre, la verdad. Porque les pagas una miseria y los tienes trabajando a destajo de lunes a domingo –plantea-. Lo que queremos es que los chavos ganen bien. Por eso nuestras bolsas son caras, pero un chavo nuestro gana seis mil pesos con posibilidad de más. Incluso, hay encargados que se meten hasta 11 mil pesos al mes. Estamos hablando que pueden ganar más que los custodios”.
Sin embargo, Jorge matiza que el dinero no es solo para el prisionero, sino que una de las reglas para entrar a Prison Art –además de ir a las pláticas de Alcohólicos Anónimos– es que parte del salario sea para mantener a sus familias.
“Después de cuatro años en la cárcel, cuando el reo sale ya la esposa no lo está esperando, los hijos se fueron, y si tenía un patrimonio probablemente lo habrá perdido. Y todo esto, sumado a que no encontrará trabajo por tener antecedentes penales, lo obliga a caer en lo mismo por lo que estuvo en prisión. Por eso –subraya Jorge-, el objetivo es que con ese dinero el prisionero mantenga su estructura familiar”.
En cuanto al futuro del proyecto, el empresario dice convencido que la originalidad de la idea y la calidad de los productos que llegan desde las cárceles mexicanas pronto les permitirán continuar con la expansión.
Por ahora, están próximos a abrir una nueva tienda en la Ciudad de México, y planean abrir paulatinamente “otras 12 ó 14” repartidas por ciudades como Nueva York, Las Vegas, Madrid, Barcelona, París, Londres o Tokio.
Y en todas, los reos mexicanos serán los encargados de surtirlas.
“En definitiva, queremos demostrar que si le dan el espacio a un grupo marginado, la capacitación, el tiempo y un salario justo, pueden hacer cosas de la calidad de Louis Vuitton oDolce & Gabbana sin problema. Además –concluye el empresario, mientras pone sobre una enorme mesa de madera algunos de los últimos modelos de bolsas ‘tatuadas’-, en Prison Artofrecemos una compra con causa, porque cuando compras una bolsa los recursos van para el artesano que trabajó la piel y el tatuador que hizo el dibujo, y encima estás ayudando a una programa de reinserción social”.