Bienvenid@s a Xícome 2016, dominio del grupo que apuntaló la campaña y gestión de Quique Ñápe y su cáfila de maleantes; donde al periodismo verdadero se le combate y castiga a través de los sospechosos de siempre: los cárteles legales e ilegales, que tienden a conformar, en tierra de impunidad exacerbada, un esperpento funesto e inconfundible. Donde la labor informativa se consolida como una actividad de altísimo riesgo.
Un asunto es cierto. Carmen Aristegui y el equipo de unidad de investigación que produjo el reportaje de la Casa Blanca de Enrique Peña Nieto ameritaban el trato y cobertura que recibieron, hace más de cuatro décadas, Bob Woodward y Carl Bernstein, los dos intrépidos periodistas que destaparon, para efectos prácticos, el escándalo del allanamiento de la sede del Partido Demócrata en el edificio Watergate de Washington el sábado diecisiete de junio de mil novecientos setenta y dos; un evento que obligó a renunciar a Richard Nixon apenas dos años después.
La imbatible mancuerna Woodward/Bernstein del Washington Post obtuvo justificada fama y fortuna. El editor en jefe Ben Bradlee y Katherine Graham, dueña del periódico, apoyaron decididamente sus esfuerzos por encontrar la verdad detrás del escándalo a pesar de presiones difíciles de imaginar. En cuanto fueron filtrándose los datos que comprometían a Nixon y compañía, los poderes Legislativo y Judicial pusieron manos a la obra, y lograron sortear el trance que pudo haber significado una crisis constitucional inédita. [Pero ojo: en años posteriores, el diario –recientemente comprado por Jeff Bezos, magnate y caudillo fundador de Amazon- ocupó valiosas primeras planas justificando la invasión de Irak con enunciados falsos durante la gestión de George Bush hijo. Se convirtió en uno de los principales propaladores, junto con el venerable The New York Times, de las mentiras inducidas por fuentes internas del gobierno que acusaban a Saddam Hussein, sin pruebas fehacientes, de poseer armas de destrucción masiva. Garantizar una buena labor informativa, no garantiza que en el futuro se cometan barbaridades como la que convirtió a Irak (o Siria, o Libia, o …) en calamidades de nuestros días].
Imposible regatear el inmenso logro del WP. Por el contrario, aquí Daniel Lizárraga, Irving Huerta, Sebastián Barragán y Rafael Cabrera no compartieron el destino de los autores deTodos los Hombres del Presidente, Los Días Finales, y otras obras importantes. Han obtenido, eso sí, infinidad de premios merecidísimos, pero enfrentan múltiples dificultades por las presiones del gobierno de Peña Nieto a MVS Radio. El peñismo jugó al desgaste, la burda pantomima y el olvido.
¿Se saldrán el presidente mexiquense, su gabinete de cleptócratas y los cómplices y socios que lo acompañan con la suya, cuando se escriba la historia de su sexenio?
Woodstein y otros temerarios exhibieron el peligro que representaba el Nixonismo sin control (Enero 20, 1969 – Agosto 14, 1974) para la sociedad, con las armas periodísticas a su alcance. Cuando el capo principal intentó usar la aplanadora del gobierno a su cargo (la procuraduría, FBI, CIA, etc.) para acallar críticas y ofuscar a la opinión pública, las dos Cámaras entendieron que había que ejercer plenamente sus responsabilidades republicanas. Lanzaron pesquisas públicas, exhaustivas e imparciales, sin limitantes o presiones de ninguna especie. El tamaño de la crisis hizo que se tejieran acuerdos amplios, y los equilibrios institucionales evitaron el colapso. Cuando trascendió que Nixon grababa todas sus conversaciones en la Oficina Oval (aquí pueden consultarse), y ante una controversia judicial promovida por la Casa Blanca, la Suprema Corte norteamericana decretó la no aplicabilidad de criterios de seguridad nacional y colocó al titular del Ejecutivo en vías de enfrentar un juicio fulminante (el impeachment, procedimiento legislativo que en distinto contexto podría enfrentar Dilma Roussef en Brasil, como pasó con Bill Clinton en tiempos de rencillas partidarias) que lo hubiera destituido. Tuvo que renunciar ignominiosamente al cargo, a menos de la mitad de su mandato; sólo fue gracias al indulto emitido por su sucesor Gerald Ford (y que a él le costó ser reelecto presidente, en los comicios de 1976 que ganó el demócrata Jimmy Carter), que Nixon no terminó en la cárcel.
Condenados contrastes. En el Xícome que dizque ‘se mueve’, circa 2014 y 2015, otros valores entendidos son prioridad. Políticos que tendrían la obligación de llamar a cuentas al Ejecutivo y a sus contratistas predilectos, se empeñaron únicamente en echar tierra sobre el asunto: acusaron a los medios nacionales y extranjeros, de intentar una desestabilización del Ejecutivo: el cuento reciclado diazordacista de los ‘oscuros e inconfesables intereses’, de uso intensivo durante el Echeverriato. La oposición entrecomillada, temiendo que se revolvieran sus propios esqueletos en el armario, guardó silencio. Y aquí nos hallamos: aprisionad@s en el grillesco juego en la cancha atlacomulquense y de sus satélites (que el argot anglosajón define como inside baseball: arcano exclusivo para iniciados), cuando falta aún por terminar la segunda mitad del sexenio de la restauración priísta.
Así llega a las librerías y ferias La Casa Blanca de Peña Nieto (Grijalbo, 2015), sin que la casta políticoempresarial, o la mayoría de la sociedad mexicana –obligada a involucrarse con fuerza en estos menesteres- se inmuten demasiado. ¿Mejor, seguir tolerando el pillaje impuesto por el Estado en todas y cada una de sus expresiones?
Varios de los plomeros al servicio de Nixon y sus afanes reeleccionistas eran veteranos de fiascos previos (la invasión de Bahía de Cochinos, por ejemplo) e ingresaron a hurtadillas en la sede del Partido Demócrata para indagar quién tenía posibilidades de pelear la presidencia versus el paranoico Nixon (el jueves 9 de septiembre de 1971, un grupo de ellos invadió el despacho del psiquiatra de Daniel Ellsberg Whistlebower, responsable de entregar los Papeles del Pentágono a Neil Sheehan de The New York Times, para extraer información comprometedora en su contra). Ante la sospecha de que Edward Kennedy, heredero de la dinastía que incluyó a sus hermanos asesinados John y Robert, se erigiera con el estandarte del cambio (a pesar del lamentable papel que jugó el senador en la muerte de Mary Jo Kopechne, cuando su auto se precipitó al agua desde el puente sobre el canal de marea de Chappaquiddick, Massachusetts, en 1969, y en donde él sobrevivió sin proporcionar ayuda a la activista electoral de 29 años, tardando cuando menos doce horas en reportar el accidente a la policía), el equipo del republicano que terminó aplastando a George McGovern en los comicios de noviembre en el setenta y dos temía que se repitiera otra contienda como la de 1960, cuando el furibundo y escurridizo anticomunistaTricky Dick –vicepresidente de los Estados Unidos en la gestión de Dwight D. Eisenhower, de 1953 a 1961- perdió los comicios federales ante el carismático JFK, asesinado el 22 de noviembre de 1963 en Dallas, Texas. Tal vez su equipo quería cerciorarse de que Ted Kennedy iba a ser, en efecto, el eventual contrincante –y vulnerable dada su participación directa en el fallecimiento de Kopechne, aunque su ilustre apellido hubiese evitado que enfrentara justicia y prisión; en todos lados se cuecen habas. En cualquier caso, lo que empezó siendo descrito por un funcionario de la secretaría de prensa presidencial como un hurto de poca monta (‘third-rate burglary’), fue convirtiéndose en el epitafio del trigésimo séptimo titular del Ejecutivo estadounidense, por primera vez en la historia de la Unión Americana.
En cambio, aquí la divulgación masiva -mediante un magistral reportaje con pruebas irrefutables tras meses de arduo trabajo- del modus operandi del grupo Atlacomulco en sus vertientes mediáticas y de intercambio de favores, no despeina al actual presidente mexicano o parece modificar en lo principal sus estrategia continuista (‘el tapado ya no es Videgaray; allanemos el camino de Nuño’). Sí ha servido para ensayar carambolas futuristas y ‘limpiar la casa’ de la familia Vargas (dueños de Multivisión), siempre al acecho, como sus antediluvianos y dinosáuricos compañeros de viaje, de recompensas que dañan a las audiencias, pero que robustecen sus múltiples negocios.
Retrato de los héroes. Robert Redford-Woodward y Dustin Hoffman-Bernstein. Íconos de una renovada mitología norteamericana, dirigida en 1976 (el Año del Bicentenario de los Estados Unidos) por Alan J. Pakula.
Xícome Mágico. ‘Ya es asunto recurrente de estar filtrando este tipo de información, sale de alguna parte, de acá, del país, y habría que identificar quiénes están interesados en que por esa vía se desgaste el gobierno. Es obvio que hay una intencionalidad de golpeteo al gobierno. De eso no debe quedar ninguna duda’. 21 de enero de 2015. Silvano Aureoles (PRD), ex presidente de la Cámara de Diputados; hoy gobernador de Michoacán.
El fin injustificado de primera emisión evidencia las falencias institucionales de los tres Poderes, ramas encubridoras que ni de lejos se plantean como contrapesos reales en un sistema presidencial vetusto –replicado ad nauseam en entidades federativas- que hace agua por todos lados, sin que los tripulantes de la nave de Estado hagan algo al respecto. Exhibe, asimismo, a medios (con honrosas excepciones) acomodaticios por sistema, y totalmente domesticados, con dueños mercenarios, y plumas sometidas al servicio perpetuo del poder.
Dos mil dieciséis puede ser definitorio, siempre y cuando dejemos de nadar de muertito. Woodward y Bernstein no surgieron de la nada; fue la ciudadanía la que decidió otorgar centralidad a su proeza investigativa. Justamente esto es lo que requieren los multilaureados periodistas de Aristegui Noticias y tod@s sus colegas enfrentad@s a peligros e indiferencias sin cuento.
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Finalmente, para despedir el año y nuestra endeble circunstancia, sólo queda recordar -por asociación de ideas, e imágenes- al poeta Enrique Santos Discépolo (1901-51); a su genial tango,Cambalache (1934).
Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé,
En el quinientos seis y en el dos mil también;
Que siempre ha habido chorros,
Maquiávelos y estafáos,
Contentos y amargaos, valores y dublé.
Pero que el siglo veint[iuno] es un despliegue
De maldá insolente: ya no hay quien lo niegue,
Vivimos revolcaos en un merengue
Y en el mismo lodo, todos manoseaos.
Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor,
Ignorante, sabio, chorro, pretencioso, estafador.
¡Todo es igual, nada es mejor,
Lo mismo un burro que un gran profesor!
No hay aplazaos ni escalafón,
Los inmorales nos han igualao …
Si uno vive en la impostura
Y otro afana en su ambición,
Da lo mismo que sea cura,
Colchonero, rey de bastos,
Caradura o polizón.
¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón!
¡Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón!
Mezclaos con Toscanini, van don Bosco y la Mignon;
Don Chicho y Napoleón, Carnera y San Martín.
Igual que en la vidriera irrespetuosa
De los cambalaches se ha mezclao la vida,
Y herida por un sable sin remache
Ves llorar la Biblia contra un bandoneón.
Siglo veint[iuno], cambalache, problemático y febril,
El que no llora no mama y el que no roba es un gil …
Si es lo mismo el que labura
Noche y día como un buey
Que el que vive de las minas,
Que el que mata, o el que cura
O está fuera de la ley.
Canta Julio Sosa (1926-64). Letra y música: Discepolín
Discépolo, otra vez. ¿Qué vachaché? (1926). Interpreta Carlos Gardel (1890-1935)
(…)
Lo que hace falta es empacar mucha moneda,
vender el alma, rifar el corazón,
tirar la poca decencia que te queda …
Plata, plata, plata y plata otra vez …
Así es posible que morfés todos los días,
tengas amigos, casa, nombre … y lo que quieras vos.
El verdadero amor, se ahogó en la sopa:
la panza es reina, y el dinero Dios
(…)
¿Pero no ves, gilito embanderado,
que la razón la tiene el de más guita?
¿Que la honradez la venden al contado
y a la moral la dan por moneditas?
¿Que no hay ninguna verdad que se resista
frente a dos pesos, Moneda Nacional?