Llegada esta época del año, con sus fiestas, celebraciones, brindis, convivencias, regalos, reuniones, demostraciones de afecto y demás, es fácil pensar que para todos, hombres y mujeres por igual, será muy fácil navegar sobre las plácidas aguas de la felicidad. Sin embargo, lo cierto es que cuando se está en la recta final del calendario, cuando indefectiblemente nos tenemos que enfrentar a los balances de todo tipo, muchos de nosotros salimos perdiendo al momento de poner en perspectiva lo hecho y lo no hecho, lo que en consecuencia provocará que muchos caigamos en depresión.
Aceptémoslo. La temporada decembrina no es precisamente “miel sobre hojuelas” para muchas personas, sino todo lo contrario, y eso es tangible si revisamos y analizamos que las tasas de suicidios a nivel mundial se disparan en estas fechas.
Vivimos en un mundo tan canibalizado en todos los sentidos que cada vez son más las personas que, ya sea por factores internos o externos, de manera lamentable no saben cómo reaccionar y cómo actuar cuando intempestivamente se ven forzadas a enfrentar algún tipo de crisis en su vida: una crisis económica provocada por el desempleo; una crisis emocional porque una ruptura (con la pareja) se hizo presente en el momento más inoportuno; una crisis existencial porque no sabemos cuál es nuestro lugar en este mundo…
Y es que con todo y la algarabía y festividad que flotan en la atmósfera en esta época supuestamente para todos, lo cierto es que desde un plano individual aún muchos de nosotros no sabemos manejar de forma adecuada los escenarios de crisis que a diario se presentan en nuestra cotidianeidad. Vivimos tan dependientes de lo cosmético y superficial que muy pocas veces reflexionamos si todo lo que hacemos en el día a día nos está ayudando para fortalecer nuestra personalidad y consolidar la autoestima ante eventuales situaciones de conflicto (con nosotros mismos o con el resto del mundo). Hemos postergado de manera indefinida nuestra madurez emocional a expensas de vivir “el aquí y el ahora”, aun cuando nos hemos convertido en nuestro propio peor enemigo y nos cansamos de meternos el pie una y otra vez, impidiendo así nuestro crecimiento.
Los seres humanos tenemos potencial para alcanzar las proezas inimaginables, pero con frecuencia nos estamos autosaboteando para vivir un estancamiento permanente. Ante la presencia de un reto, como si se tratara de una gran montaña frente a nuestros ojos que tenemos que escalar para acceder a un mayor bienestar, nuestra primera reacción siempre es pensar “no puedo”, “no soy digno”, “esto es imposible”, “no lo merezco”, “esto es demasiado para mí”, sabiendo perfectamente que las oportunidades, si no las tomamos, no se esfuman ni desaparecen, simplemente aparece otro y las aprovecha.
La fortaleza de mente, de corazón y de espíritu es producto de la disciplina, de comprometernos con nosotros mismos a siempre exigirnos nuestro mejor esfuerzo sin importar con qué tipo de obstáculos nos vayamos a enfrentar. Por eso, hoy más que nunca debemos transformar la frase “querer es poder” en “ser es poder”. Si somos, sin importar lo que seamos, pero cien por ciento convencidos de lo que somos, definitivamente vamos a avanzar en todos los aspectos de nuestra vida. El “no” es para los débiles, así que deja de hacerte bullying y decide por ti mismo lo que quieres para ti no en el futuro, sino en el aquí y el ahora.