Considerada perjudicial y pecaminosa, desde su irrupción, la pornografía acompaña al ser humano, a estas alturas podemos asegurar que a hombres y a mujeres por igual, desde el siglo XVIII, aunque fue en la década de los setenta del siglo pasado cuando verdaderamente explotó y, para bien o para mal, eso depende de los ojos y la mentalidad de quien la esté mirando, nos acompaña prácticamente a diario en nuestra cotidianeidad y en nuestras relaciones de pareja obviamente se hace presente provocando muy distintas circunstancias.
Sin embargo, por principio de cuentas bien valdría empezar por definir qué es pornografía. Yo sugeriría que dejaran de lado aquella definición que podemos encontrar en cualquier lado, incluso en la Wikipedia o Google, y que nos arroja que, dada la etimología, se trata “de la ilustración de las prostitutas o de la prostitución”. Considero que el más adecuado y atingente es aquel que explica que ésta “refiere a todo aquel material que representa actos sexuales o actos eróticos con el fin de provocar la excitación sexual del receptor” y yo le agregaría “poniendo especial énfasis en la exhibición de los genitales masculino y femenino”.
Ya aceptada la definición, es pertinente puntualizar que la pornografía, a partir del boom del Internet ha alcanzado niveles de difusión y de aceptación impresionantes, porque lo que antes era de difícil acceso y que sólo se podía conseguir prácticamente de manera clandestina en algunos sitios sumamente lúgubres (los puestos de periódicos no vendían pornografía, sino revistas eróticas de desnudo tipo “Playboy”) hoy lo tenemos al alcance de la mano con un simple “click” a nuestra computadora o a cualquier otro gadget (smartphone, tablet, etcétera).
Y ante el mastodóntico alcance que la pornografía ha alcanzado en la actualidad, hubiera sido incongruente e inconcebible que ésta no haya impactado las relaciones de pareja. En algunos casos el porno, en sus distintas modalidades (como son el softcore, el mediumcore, el hardcore, el postporn y otras tantas más) suelen convertirse en verdadero complementos y detonantes de la intimidad de una pareja, porque le permite a ambos componentes (el hombre y la mujer) tener a la mano “información” de cómo hacer cierto tipo de posiciones o la manera correcta de realizar, por ejemplo el sexo oral y, por supuesto, también para relajarse y desinhibirse a través de observar juntos algunas revistas, videos o películas.
Incluso con la proliferación de las sex-shops en tiempos recientes, establecimientos que definitivamente pertenecen al rubro de la pornografía, las parejas también se vinculan a través de una sexualidad más liberada y menos prejuiciosa.
Sin embargo, también hay que considerar que un abuso de la pornografía al interior de una relación de pareja puede ser perjudicial en varios sentidos porque, en varios casos hay hombres y mujeres que al no saber diferenciar que todos aquellos materiales pornográficos se fundamentan en las fantasías o cosas irreales, suelen confundirse a grado tal que piensan que todos los hombres y mujeres son capaces de emular y superar aquellas proezas sexuales plasmadas en los materiales porno, lo que definitivamente crea muchísimos problemas (psicológicos, emocionales, sexuales, etcétera) a la relación.
Y, obviamente, también existen aquellas situaciones cuando un hombre y una mujer, cada quien por su lado y en un afán por estimularse, le dedica más tiempo a la pornografía que a su intimidad real, porque no se puede tapar el sol con un dedo y negar que en la actualidad hay muchísimas personas que se han vuelto adictas a la pornografía y esta condición les impide tener encuentros de sexo real. ¡Verídico!
En este tema, como en muchos otros, es muy importante que apliquemos nuestro criterio y que en todo momento reflexionemos que siempre es mejor aplicarla famosa frase de “todo con medida, nada con exceso”.