Pocos conceptos sociales tan claros y bien definidos como lo es el de la paternidad, el cual se refiere, si nos apegamos única y exclusivamente a lo que señala la antropología social, la cual indica que ésta es considerada como una institución sociocultural de filiación que con el paso del tiempo se ha ido transformando para adaptarse a las distintas civilizaciones y momentos históricos.
Sin embargo, cuando menos refiriéndonos a una sociedad como la nuestra, la mexicana, la cual sigue siendo eminentemente machista, mientras más avanzamos en cuestiones como, por ejemplo, la equidad y la inclusión, en otras como la paternidad responsable irremediable y lamentablemente estamos presenciando cómo muchos hombres, en este caso a los que se les dice “engendradores”, poco entienden la importancia y la sensibilidad que conlleva ser y actuar dentro de los patrones de la crianza y la educación de los hijos.
No podemos tapar el sol con un dedo, vivimos en la era de las familias disfuncionales, con una de las dos (y a veces hasta las dos) figuras de autoridad parcial o totalmente ausentes. Sin reflexionar en el inmenso impacto y diferencia que causan en el desarrollo de los hijos, muchísimos hombres se desentienden del trascendental compromiso que implica poner cuidado y atención en todo aquello que atañe el sano crecimiento de sus vástagos y con la mano en la cintura le dan la espalda a la responsabilidad y se desentienden del maravilloso compromiso de ser padres, provocándole severos daños psicológicos y emocionales tanto a las madres como a los niños y adolescentes de los que se desentendieron.
En un mundo ideal, la paternidad tiene que ser entendida como la relación que los hombres establecen con sus hijos y ésta se fortalece en el día a día con la convivencia y una serie de factores sociales, culturales y afectivos que se van transformando conforme los chicos transitan de la niñez a la adolescencia y hacia la adultez. Lamentablemente, insisto, muchos caballeros renuncian a ésta únicamente al quedarse como meros agentes de procreación, lo que a la larga quebranta y resquebraja ese maravilloso binomio conformado entre papás e hijos.
No olvidemos que, como reza el aforismo, “infancia es destino” y un niño o una niña con un padre ausente, desentendido de la vital responsabilidad de velar por la educación y el bienestar tanto emocional como material de su hijo en el corto plazo impactará en todos los aspectos de la vida de esta persona que en todo momento requiere de todo tipo de apoyos y que van desde lo afectivo (¡qué bello es observar a un chico o una chica que se desenvuelve sabiendo que su padre está ahí en todo momento para respaldarle!) hasta lo económico, porque la manutención también es un aspecto preponderante en el desarrollo y el crecimiento de una persona que todavía no se puede valer por sí misma.
No permitamos que los constantes cambios de valores, comportamientos e identidades modifiquen la relación con nuestros hijos. Muchos de los múltiples problemas que afectan a nuestra sociedad, como la delincuencia, en mucho se derivan de individuos que tuvieron una infancia y una adolescencia rotas a causa de un padre ausente e irresponsable. Si vives dentro de un matrimonio involúcrate más en las dinámicas de tus pequeños y si hasta el día de hoy sabes que tienes un hijo y no lo has reconocido, ¿qué esperas para ser un factor positivo de cambio en la vida de alguien?
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