En las relaciones de pareja, sobre todo en los matrimonios, es muy común que hombres y mujeres, con el transcurso del tiempo, una vez llegados a una especie de zona de confort, tras dar por sentado el amor del otro, empiecen a dejar de lado ciertas actitudes y comportamientos que formaron parte del cúmulo de características y circunstancias que detonaron el enamoramiento de aquella persona con la que estamos conviviendo, convergiendo y coexistiendo en el día a día.
Sin embargo, cuando esto ocurre no es porque alguno de los dos componentes de la pareja (aunque en ocasiones pueden ser los dos) ya no ame al otro; simplemente sucede porque en esa parte emocional en la que todavía no somos muy madur@s de manera inconsciente nuestro yo verdadero sale a flote y se muestra tal cual con sus virtudes y defectos.
Todos sabemos que durante la fase del enamoramiento, hombres y mujeres por igual, siempre queremos mostrar nuestro mejor rostro, aquellas cosas que nos vuelven encantadores y cautivantes; muy rara vez permitimos que nuestro lado oscuro aflore porque justamente vivimos inmersos en un periodo en el que estamos conquistando a la otra persona y en cada acción, en cada frase, en cada momento nuestras energías van encaminadas a tener éxito en alcanzar la meta de lograr que esa persona que hemos elegido vea que somos excepcionales, maravillos@s, educad@s, galantes, detallistas, cariños@s, sensibles, amoros@s… ¡todo lo bueno!
Lo anterior no está nada mal; de hecho es la normalidad dentro de las relaciones de pareja. Pero, siendo sinceros, el noviazgo siempre va envuelto de ciertas peculiaridades y características, mientras que el matrimonio provoca que aflore la verdadera personalidad de los individuos.
Por eso no es malo que desde el noviazgo tanto hombres como mujeres nos sometamos al sano ejercicio de mostrarnos tal cual somos, para que la otra persona logre conocernos a plenitud y que no se forme falsas expectativas por actitudes y comportamientos totalmente fingidos que muchas veces maquillan y esconden personalidades sumamente disparejas y conflictivas que rompen con cualquier compatibilidad, afinidad y empatía.
Las pequeñas y las grandes diferencias, a final de cuentas, son las que delimitan el tipo de relación que vamos a tener con nuestra pareja. En el respeto y la aceptación, de nosotros mismos y del otro, vamos a cimentar el éxito o el fracaso de nuestra relación. Tomar en cuenta el origen, los valores, la ideología, las expectativas, los planes, los sentimientos, los sueños, la personalidad, la individualidad, la vida privada y los espacios propios y de la otra persona será vital para las aspiraciones de nuestra convivencia conyugal.
La cotidianeidad siempre será una prueba de fuego para que hombres y mujeres saquen lo mejor de sí mismos en beneficio de sus relaciones. A veces (o, mejor dicho, casi siempre) las presiones diarias nos pondrán en calidad de olla de presión a punto de explotar y eso nos hará llegar a casa con una actitud de buscar no a quien nos la hizo, sino a quien nos la pague, pero eso no debe de ser pretexto para que nos convirtamos en individuos desagradables, groseros, egoístas y desconsiderados con esa persona a la que, no lo olviden, elegimos por voluntad propia para ser parte importante de nuestras vidas.