Los actuales ya no se parecen a los tiempos de antes. Y las relaciones de pareja, con todo y que el hilo rector siempre será el amor, igualmente han evolucionado hasta presentarnos binomios de características sociales sumamente interesantes y dignos de ser estudiados. Atrás, pero muy atrás, ya quedaron esas épocas en las que las mujeres les hacíamos caso a nuestras abuelas y nos quedábamos a la espera de un macho alfa, proveedor y digno exponente de las tres efes (feo, fuerte y formal). ¡Nada de eso! La actualidad ahora nos enseña que damas y caballeros, basados en la escala de valores e intereses que manejan, salen a buscar a quien está más apegad@ a su realidad y necesidades.
No hay vuelta de hoja, estos tiempos modernos nos obligan a analizar detenida y profundamente las virtudes y los defectos de esa persona cuyo potencial de esposo o esposa para, en la medida de lo posible, no empantanarnos con cursilerías y conceptos caducos que nos pueden conducir al fracaso. Y no sólo me refiero al fracaso emocional, sino también al fracaso social y financiero porque, a final de cuentas, todos en mayor o menor medida, siempre pensamos y decidimos con base en lo que más nos conviene y (también, ¡no nos engañemos!) en esos recordatorios que a diario nos envía el sentido común a modo de memorándums.
Por lo mismo, ¿es válido considerar el status laboral/económico/financiero de esa persona con la que queremos compartir el resto de nuestros días? Yo creo que sí, porque a final de cuentas, como dice el refrán, cuando falta el dinero, el amor salta por la ventana y hoy por hoy no existe una pareja de novios en todo el mundo que aspire a vivir un matrimonio holgado y sin sobresaltos materiales. Y no es que uno sea materialista o convenenciero, pero hay que pensar con la cabeza fría y ser prácticos y pragmáticos para no terminar enmarañados en las redes del fracaso como le ocurrió a nuestr@ herman@, a nuestr@ vecin@, a nuestr@ compañer@ de la facultad o a nuestros propios padres.
Lo anterior nos lleva a ser sumamente cuidadosos al momento de llevar nuestro noviazgo, ya sea con nuestra doncella de cuento o nuestro príncipe azul, porque es durante este periodo donde nos daremos cuenta cuál es el valor y la importancia que ella/él le dan al dinero y al entorno material. ¿Estamos frente a una persona cuyas ambiciones sólo le permiten aspirar a un trabajo de salario mínimo?, ¿pasamos el tiempo con alguien a quien no le interesa terminar la licenciatura para luego estudiar una maestría y finalmente cursar un doctorado y que esto sea vehículo para aspirar a un mejor de vida?, ¿convivimos a diario con gente a la que no le importa despilfarrar el poco o el mucho dinero que le cae en las manos, sin una pizca de instinto previsor?, ¿los sueños o ambiciones de nuestr@ novi@ (¡nuestr@ futur@ espos@!) no pasan, en sus conversaciones, por el tener una casa propia en una zona residencial decente y/o disfrutar de unas merecidas vacaciones en el extranjero o tener un lugar de retiro lo suficientemente acogedor tras presentarse la jubilación?
Repito, los tiempos han cambiado y los matrimonios actuales bien pueden convertirse en una especie de sociedad en todos los ámbitos en donde el esposo y la esposa se pueden convertir en una especie de socios con ambos luchando hombro con hombro para mejorar la posición económica de la familia. No tiene nada de malo si la esposa desea aportar su granito de arena a la consolidación financiera del matrimonio consiguiendo un buen trabajo y que el marido al verla esforzarse de tal manera duplique su voluntad para no perder ese rol de proveedor… en la medida en la que una pareja pase por menos vicisitudes económicas (¡se los firmo ante notario!) tendrá más oportunidades de reforzar su vínculo emocional.
Nunca es demasiado tarde para intentar salir de ese eterno estado de crisis en el que viven. La planeación, la solidaridad y la disciplina los pueden llevar muy lejos, por lo que en esta ocasión el tamaño (de la cartera, la cartera de ambos) ¡sí importa… y mucho!