Si nos fundamentamos en el psicoanálisis freudiano que argumenta que el sujeto requiere de otro para alcanzar una total completud, es importante que entendamos que nuestra vida no debe basar su sentido en relación a la presencia de alguien a quien amar y que nos haga compañía.
Este temor se origina desde la primera infancia, cuando el bebé tiene alguna necesidad que no fue atendida o satisfecha, principalmente por parte de sus padres, lo que ocasiona que el niño o la niña crezcan en constante estrés por el miedo a ser abandonados. Pero en contraparte, también debemos valorar que la gran mayoría de los seres humanos nacemos solos, y aunque a lo largo de nuestras vidas forjamos distintos lazos afectivos, en esencia debemos aprender a valernos por nosotros mismos desde una edad muy temprana, lo cual se entiende también como una gran responsabilidad.
Cuando la soledad se presenta en nuestras vidas, ya sea por elección o por irrupción, tenemos que comprender que más allá de la angustia que podría provocarnos esta situación, tenemos frente a nosotros la enorme oportunidad de conectarnos con nuestros verdaderos sentimientos y también de realizar un análisis de autoaceptación, porque, siendo sinceros, ¿cuántas tonterías no hemos hecho por miedo a quedarnos solos?, ¿cuántas veces no hemos aceptado que nuestra autoestima sea vapuleada basados en el axioma de que “no es bueno que el hombre/la mujer estén solos?”. Todo el tiempo estamos presionados por los convencionalismos de la sociedad a la que pertenecemos, y estar en soledad para muchos implica sentirse poco valorados.
Una vez estando en soledad, repito, ya sea forzada o por elección, tenemos que aprovechar el tiempo para meditar, conocernos y reflexionar sobre quiénes somos. Poco a poco nos iremos dando cuenta de que somos nuestra compañía; en una situación así, el mundo tecnológico también puede ser una magnífica amiga: la televisión, la radio, Internet, nuestro teléfono celular y, obviamente, la lectura y la música nos pueden ayudar a nutrir el espíritu y a ejercitar nuestra imaginación.
Trabar amistades duraderas y evitar las compañías superficiales nos ayudan a construir conexiones íntimas con otras personas, y aun cuando no estemos en compañía de ellas nos nutren, porque sabemos que esas personas estarán ahí justo cuando las necesitemos, aun cuando estén lejos.
Pero si todo lo anterior te resulta insuficiente y consideras que tu soledad es muy fuerte, es válido acudir a un terapeuta que te pueda ayudar a encontrar la raíz de tu problema.
Recuerda: “No es lo mismo estar solo que sentirse solo”.