El miedo a perder el amor de su hija empujó a Marisela a perder el respeto y su lugar como madre.
Marisela es una madre soltera, emigrada hace muchos años atrás. Llegó a este país por la necesidad de protegerse de su pareja, un hombre agresivo, tomador, que maltrataba tanto a ella como a su pequeña hija Iris.
Marisela se sentía muy sola al llegar al país, había dejado atrás a su familia, amigos y sus raíces, así que se aferró a su pequeña con toda su alma y decidió que su hija, Iris, sería su fiel compañera y mejor amiga, dedicándose por completo a su niña. Marisela se propuso satisfacer todas las necesidades de su hija y hacerla feliz, tratando de compensar sus sentimientos de soledad y culpa por haber expuesto a su hija a un pasado tormentoso. La pequeña Iris exigía continuamente que su madre le comprara dulces, más tarde juguetes y después ropa costosa que Marisela no podía pagar tan fácilmente. Pero cuando su mamá se negaba, Iris la amenazaba con dejar de quererla. Esto la causaba a Marisela una gran angustia; la posibilidad de poder perder el amor de su hija la llenaba de inquietud y ansiedad. Cuando la niña se portaba mal y su mamá trataba de disciplinarla mandándola a su cuarto, Iris la manipulaba recordándole que la odiaba. Marisela se sentía rechazada, lastimada y angustiada. Por eso aflojaba rápidamente, le levantaba a su hija el castigo y le suplicaba que no volviera a decirle algo así. Poco a poco, el miedo a perder el amor de su hija llevó a Marisela a consentirla cada vez más y disciplinarla cada vez menos. Hoy en día Iris tiene 14 años y ya se ve como una linda señorita. Marisela le compra cervezas y las trae a la casa para que su hija tome con sus amigas. Insiste que es mejor que su niña y sus amigas beban en casa y no en la calle; además se enorgullece que las amigas de Iris quieran venir a su casa. Por otro lado no comprende porque si ella hace tanto por su hija, ésta le falta el respeto, le levanta la voz, tiene poca paciencia, no ayuda en la casa y a duras penas consigue que vaya a la escuela.
¿Buscar ser querido y educar sin límites es amar a los hijos?
LA RECETA
Queriendo a los hijos
INGREDIENTES
- 1 Taza de Ejemplo
- 7 cucharadas de Presencia
- 2 sobrecitos de Consistencia
- 1 lata de Interés
- 1 racimo de Límites
- Espolvoree con una actitud positiva continuamente
- 3 cubos grandes de Disciplina
RECOMENDACIÓN DEL CHEF
Una casa con valores sólidos es la base indispensable para esta receta, y para garantizar su resultado es indispensable que los padres tengan una buena y calurosa relación con sus hijos.
MODO DE PREPARACIÓN
Un padre no es un amigo, es el ser que le da la vida a su hijo. El amor de un padre no se compara con nada. Querer a un hijo muchas veces no significa darle lo que pide sino lo que necesita. En la cocina de la vida hay momentos que se debe dejar sentir el sabor de las lágrimas y el ardor del fuego para formar el carácter del hijo. Cuando uno se entrega a sus hijos le queda una huella impregnada con un sabor especial otorgándole sentido a la cocina de su vida. El padre es el chef de su cocina, crea los platillos necesarios para nutrir el alma de sus hijos, los cuales siempre están pendientes de lo que él hace y deja de hacer. Cuando uno es padre deja de ser el centro del mundo para comenzar a vivir por el otro, convirtiéndose en un guerrero que alumbra el camino de sus hijos.
El padre debe ser el ejemplo a seguir, donde los hijos puedan encontrar inspiración, consuelo y apoyo. Debe ser el maestro que enseña con cariño, dedicación y presencia; sin olvidar que la disciplina, los límites y el respeto, por más difíciles que sean, son los ingredientes básicos para lograr el éxito.
Cuando el padre logra llenar el corazón de sus hijos con valores, principios y enseñanzas, asegura que no tengan vacíos en el alma; aprenden a valorarse y a valorar a los demás. El trabajo del padre nunca termina. Muchas veces es difícil percibir los resultados, sin embargo, cuando al crecer los hijos escogen un camino adecuado, el padre entiende que ha hecho su labor.