El cielo se agacha en reverenciando las montañas del Himalaya para besarles la frente, blanca con nieve. Esparzas nubes ocultan por turnos la magnificencia de estas cordilleras, dándole un toque de misticismo a la escena frente a mis ojos. Con el aire puro y frío en mis pulmones y el olor a flores silvestres en mi nariz, bajo la mirada al valle que queda a mis pies. Subidas y caídas, cerros y lagos, campos de arroz y pequeñas casas cubren el suelo tan verde y natural de la pintoresca ciudad de Bumthang. Me encuentro en el último destino de mi viaje al Reino de Bután, un país que no se visita, sino que se vive, uno se sumerge en él, se vuelve parte de él.
Bután, conocido como el Reino de la Felicidad o el Reino entre las Nubes, es un diminuto país entre China e India, perdido entre la inmensidad de los Himalaya. Regido por una monarquía constitucional, el país mide la felicidad de su gente en vez del Producto Interno Bruto. Un concepto que nunca antes se había aplicado, la Felicidad Nacional Bruta mide que tan satisfecha con su vida están los habitantes del reino, estos siendo menos de 700 000. Se llevan acabo encuestas constantes, para saber si todos tienen lo que necesitan y como está su estado de ánimo. Esto no es solo una campaña publicitaria para poner a Bután en el mapa, sino que la felicidad es tangible. La puedes ver en la sonrisa de su gente, en sus dulces en el perfecto inglés que todos hablan, en la belleza de sus palacios y templos, y más que nada en la energía misma del lugar. El sentimiento de paz y armonía puede ser abrumante, algo totalmente inesperado para una joven mexicana que vive al ritmo del caótico Distrito Federal.
Los orígenes del país datan del siglo VIII, con la llegada del budismo de parte de monjes tibetanos y la expansión de su imperio al territorio que hoy en día es Bután. Estuvo en guerras continuas hasta que el país fue unificado por el gran líder militar Shabdrung en el siglo XVII. Fue hasta 1949, dos años después de la independencia de India, que Bután firmó un tratado con el Raja para su propia independencia.
Mi visita comenzó en Paro, una de las pocas ciudades con aeropuerto del país. De ahí en adelante el viaje continuó en carro, en carreteras a medio construir, entre montañas y valles. Nos hospedamos en los impactantes hoteles Aman, llamados Amankora en Bután, cada uno una joya única y perfectamente en balance con sus alrededores. Gozamos de su comida típica, basada completamente en el chile y el arroz, sabrosa pero tan picante que tuvimos que tragarnos el orgullo mexicano y pedirles a los cocineros que utilicen su chile menos picante. Al igual probamos el Ara, su bebida nacional, hecha también a base de arroz y con alto nivel de alcohol.
En Bután permanece aún la autenticidad de un reinado cerrado al mundo, aunque este esta lentamente abriendo sus puertas. Adentrarte en este universo de colores y sabores desconocidos, de tradiciones incomprensibles y rituales únicos, significa desconectarte por completo de todo lo que conoces y dejarte ir por la magia del lugar.
Una experiencia inolvidable que goce en este encantador reino fue escalar al Tiger’s Nest. Es una actividad cansada, difícil para los que no acostumbramos a hacer este deporte, pero vale la pena. Construido en la cara de una alta montaña se encuentra un templo. Ilógicamente cimentado, parece estar suspendido en el aire, inalcanzable y lejano. El Tiger’s Nest es el punto más importante de la zona para la religión budista, un lugar donde congregan miles de monjes al año, peregrinando al sagrado templo. Un lugar verdaderamente mágico, con unas vistas y una vibra única. Aquí se aumenta el sentimiento zen que rodea sus múltiples dzongs y templos. Al llegar aquí te sientes otra persona, desconocida a la que solías ser, fresa y nueva. Adentrase en este extraño y lejano mundo te revela cosas sobre tu persona que tu mismo no conocías, enriquecimiento todo tu ser.
Bután y sus maravillas abrirán tu corazón al igual que tu mente.