Los copos de nieve caían lentos y suaves pero constantes, tapizando el suelo con una ligera capa blanca que crujía bajo mis botas. Paseando por Central Park, gozando de un paradisiaco invierno, me percaté de donde surge ese amor profundo que los neoyorkinos tienen de Manhattan. Existe en esta isla cosmopolita un cierto encanto innombrable que no se sabe de donde proviene. Será la moderna arquitectura o la grandeza de su skyline? Será la energía de su gente y la prisa que llevan todos? Será el sonido de las ambulancias y el murmullo del tráfico? Será la constante actividad, el sin fin de restaurantes, tiendas y eventos? O quizás es la combinación de todo esto y la harmonía con la que se llevan los variados aspectos de la ciudad. Sea lo que sea, esta es una ciudad única.
No existe un día, una hora, un minuto en el cual no suceda algo en Nueva York. Siempre se esta abriendo un nuevo restaurante o inaugurando una tienda o museo, hay constantes fiestas y eventos. Es prácticamente imposible no encontrar algo nuevo que hacer diario. La ciudad te invita a pasear sus amplias calles como la Quinta Avenida y perderte en las galerías de Chelsea, o encontrar nuevos y originales restaurantes en el SoHo. Nueva York es un mundo en si mismo, uno vibrante, donde las mismas calles parecen pulsar con energía y el aire tiembla con actividad.
Nueva York ofrece lo mejor de lo mejor, desde hotelería hasta restaurantes o espectáculos. Yo tuve la gran suerte de hospedarme en el legendario The Pierre, de la cadena Taj Hotels Resorts and Palaces. Un clásico y elegante establecimiento con Central Park a sus pies, The Pierre es un ícono de Nueva York, uno de los hoteles señoriales originales de la ciudad. Se encuentra donde se funden las lujosas tiendas de Midtown y las refinadas residencias del Upper East Side, absorbiendo lo mas bello de lo que lo rodea y creando una excelente combinación de lo moderno y lo exquisito. Sus espacios públicos presumen una sensibilidad y atención a detalle que reflejan la delicadeza con la cual fueron creados, como el Two E Bar de estilo Art Déco. Las habitaciones del hotel, con sus obras de arte originales, tienen un dejo mas serio y exuberante que te hablan de realeza con un toque de innovación contemporánea. El servicio es impecable y atento, para ellos no existe lo imposible.
Durante la semana que pasé en Nueva York tuve la oportunidad de degustar varios restaurantes de su interminable catalogo, y aunque todos llegan a una excelencia sorprendente, hay uno que sobresale al llevar todo a un nuevo nivel: Cómodo. Perdido entre el tumulto de la actividad de la ciudad, en 58 Macdougal Street, tras una pesada cortina negra se encuentra una gran multitud en el vibrante local. La historia del restaurante esta repleta de amor y causalidades que condujeron a una joven pareja a involucrarse en el alocado mundo de la cocina. Tamy y Felipe Donelly comenzaron en la cocina de su hogar y haciendo pequeñas “pop-up dinners”, de ahí se movieron a otros espacios hasta abrir su propio restaurante. Es fascinante hablar con ellos y conocer el extraño y turbulento camino que los llevo a abrir Cómodo, un lugar donde el mismo ambiente resuena con la harmonía de los platillos y la delicadeza de la mano del chef, Felipe. Ahí no solo se come exquisito, sino de disfruta de una atmosfera incluyente y divertida, donde se siente que todos los clientes son amigos de antaño que vinieron a celebrar algo juntos.
Al finalizar este recorrido tanto cultural como gastronómico, aventurero y divertido me quedo con un gran sabor en boca. Un sabor de infinitas posibilites, como las que ofrece Nueva York.