Los actuales, indudablemente, son tiempos vertiginosos. Por todos lados podemos percatarnos de los avances a los que ha llegado la humanidad en todos los ámbitos y la sexualidad no podía ser la excepción. Hoy, como nunca antes, los seres humanos (hombres y mujeres, heterosexuales y homosexuales… todos por igual) disfrutan de un irrestricto albedrío para ejercer y experimentar su libido como mejor les parece. Tanto, que hoy en día pareciera que tener sexo en la modalidad de “uno a uno” para muchos ya es cuestión del pasado… ¡vaya, ser anticuados!
Las relaciones de pareja, las íntimas, en muchas sociedades, incluso la nuestra (con todo y que es eminentemente machista), están mutando a niveles que rebasan los conceptos de moralidad a los que fuimos sometidos muchos de nosotros. Y un claro ejemplo de ello son los llamados “tríos sexuales”, que a varios niveles se han puesto de moda y parece que llegaron para quedarse.
Sin embargo, más allá de los convencionalismos y prejuicios que manejamos tanto como individuos y como sociedad, ¿qué tan conveniente y benéfico nos puede resultar involucrarnos en dinámicas sexuales en las que el binomio hombre-mujer prácticamente ya es considerado prehistórico y anticuado?
La respuesta es eminentemente subjetiva, tanto como desmenuzar el ancestral concepto del “bien” y el “mal”. En la sexualidad también aplica esto. Porque mientras una pareja puede alcanzar tal nivel de entendimiento y compenetración como para involucrar a un tercero (hombre o mujer) en el ejercicio de su sexualidad colectiva; en contrasentido muy posiblemente nos encontraremos con otra pareja que se negará terminante y contundentemente a participar en una dinámica de esa índole.
Todo se reduce a una palabra: comunicación. En la actualidad hombres y mujeres por igual entienden su sexualidad y el ejercicio de ésta como una cuestión de altísima individualidad en la que deciden “abrirle la puerta” (por decirlo de algún modo), primero a su pareja (novi@ o espos@) y después, si la madurez de su relación se los permite, invitar a alguien más. Uno, dos, tres, cuatro… ¡los que deseen!
Pero, ¿qué tan preparados están, psicológica y emocionalmente, aquellos hombres y mujeres que en un momento determinado consideran la alternativa de explorar rutas sexuales no convencionales? Porque los riesgos son muchos y de distinto calibre: ¿Se imaginan –por ejemplo- a un par de esposos novatos, decididos a probar sus primeras mieles dentro de un ménage à trois, cayendo en los terrenos de la duda, de los celos, de la indecisión o –peor aún-, que uno de los dos se enamore del “tercero en discordia” y que por un momento de excitación una relación que aparentemente era todo madurez, libertad y apertura, sufra una implosión irremediable? Arriesgado, ¿verdad?
Cierto, cuando los sentimientos y la sexualidad se involucran en la misma sinergia las cosas suelen tornarse un poco complicadas. Y se dificultan porque, en esencia, así es la naturaleza humana. Sin embargo, cuando en un lecho matrimonial llega el momento de que la curiosidad haga acto de presencia (es válido), ya sea en la mente del esposo, de la esposa o de ambos, lo más recomendable es que antes de dar cualquier paso deben contemplar el escenario del diálogo, pero sobre todo del respeto, porque no hay nada peor que forzar a alguien a algo que no desea hacer.
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