El dato es escalofriante: en México el 65% de las personas entre 17 y 66 años de edad consume alcohol de manera excesiva, hecho que los convierte en alcohólicos. Ciertamente no vale la pena traducir el porcentaje que aquí menciono en millones de individuos porque el resultado sería una cifra de proporciones dramáticas, pero no se puede tapar el sol con un dedo, el alcoholismo es uno de los flagelos sociales que más ataca los núcleos familiares y, por ende, las relaciones de pareja.
El tema viene a colación porque ustedes, mis siempre amables lectores (hombres y mujeres por igual) frecuentemente me hacen llegar vía correo electrónico todas sus inquietudes respecto a la convivencia diaria con un alcohólico, tanto en su noviazgo como en su matrimonio. Muchas historias, créanme, son aterradoras, con un chico y una chica que en la mayoría de los casos y bajo circunstancias normales son totalmente encantador@s, pero que en el momento en que el alcohol entra en su sistema son capaces de transformar todo lo que les rodea en un verdadero infierno.
Y este consumo de bebidas embriagantes (que siempre se agrava a partir de la famosísima frase «sólo una más y ya, ¿si?») no sólo afecta a aquel que se las toma. ¡No, para nada! Un hombre o una mujer alcohólic@s siempre arrastran a su pareja y a su familia a una espiral de situaciones y de circunstancias que acaban por convertirlos también a ellos en enfermos alcohólicos. Y ustedes saben que no me refiero al hecho de que ellos también se pongan a beber, sino aquel que convive y padece cotidianamente la presencia de un alcohólico psicológica y socialmente también se enferma por la codependencia que desarrollan en torno al individuo que abraza la ebriedad como un estilo de vida.
Un lugar común o una frase cliché que escuchamos frecuentemente al interior de una relación de pareja cuando uno de los dos descubre que el otro es aficionado a empinar el codo es decir, totalmente ignorantes del terreno que se pisa, «yo lo puedo controlar» y/o «con el amor que siente por mi seguramente lo convenceré que deje de beber». Nada absolutamente más falso, porque el alcoholismo es una enfermedad que, como el resto de los demás padecimientos, requiere de atención especializada y un tratamiento focalizado en atacar la fuente del desorden que está perjudicando a aquel que lo está sufriendo.
Vivir con un alcohólico es prácticamente vivir sobre arenas movedizas o estar sentado en un barril de pólvora con un cerillo en la mano. ¡En cualquier momento todo puede hundirse o estallar! ¿Por qué? Simple. Porque el alcoholismo también detona y exacerba los rasgos de violencia y agresión de aquellos que son bebedores, al mismo tiempo que potencializa los rasgos depresivos de aquellos que durante sus periodos de embriaguez inconscientemente combinan las bajas del estado de ánimo con la ingesta de alcohol.
Así que si tú o tu pareja están comenzando a experimentar ciertos problemas por la manera de beber de alguno de los dos (¡o de los dos!), es tiempo de solicitar ayuda profesional. ¡Es en serio!
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