Son esos valiosísimos momentos en los que por un par de horas logran deshacerse de la novia o de la esposa y en los que, de acuerdo a las leyendas urbanas, puede pasar de todo: desenfreno, mares de cerveza, palabras altisonantes por doquier, una especie de concurso de sonidos escatológicos, hablar sin tabús y sin recato alguno sobre fulana, mengana y perengana, autos, deportes, hazañas sexuales (ciertas o ficticias, total, no hay una sola mujer presente capaz de desmentirlos) y de todos esos temas que sólo se hacen presentes cuando los hombres están en compañía de otros hombres. Ni más, ni menos.
Pero, ¿cómo es posible que las mujeres seamos capaces de hablar sobre lo que se cuentan los hombres entre ellos si éstos poseen un código no escrito que consiste en no contarle a ninguna mujer lo que entre ellos se dicen? ¿Verdaderamente entre varones son tan insensibles, tan patanes, tan desenfrenados y tan léperos como los imaginamos?
La respuesta a estas interrogantes, sinceramente, no puede ser «sí» o «no», porque al día de hoy (cuando menos yo) no he conocido a algún delator o traidor que me venga con el chisme y me cuente todo lo que se ventila durante una reunión de chicos como las que solían darse en el «club de Toby» de la Pequeña Lulú.
Por principio de cuentas yo todavía no he sabido de hombres que (como nosotras las mujeres) se acompañen al baño para contarse todos los chismes de la velada o cómo va su intento de conquista con «la güerita con minifalda que está sentada en la barra»; tampoco he sabido que entre varones se echen piropos por sus nuevos zapatos o sus jeans favoritos.
Imagínense los siguientes diálogos (el primero si sucede, el segundo ¡no lo creo!):
Diálogo 1.- Laura: «Pero Sofi, qué bien se te ven esos pantalones ‘levanta-pompa’ que te compraste, ¡te ves divina!».
Dialogo 2.- César: «Oye Jorge, están padrísimos esos jeans que traes; se te ven unos hue…». ¡Claro que no, por Dios!
Con estos dos breves (pero muy concretos) diálogos, nos damos cuenta que hombres y mujeres son diferentes en concepción y percepción. A nosotras no nos pesa el rol social predeterminado que desde ancestralmente nos define, mientras a ellos definitivamente sí les marca en su forma de ser, en sociedad, todo aquello que desde la cuna se les ha inculcado con los llamados valores de competencia, virilidad y machismo que los delimitan. Por ello, resulta incongruente que las mujeres les exijamos a nuestros hombres que sean (aunque sea un poquito) como nosotras. Ellos son como son y ellas son como son, ¡punto! Chicas, lo mejor es dejar de juzgarlos por su «insensibilidad» y dejarlos en paz cuando sólo ven dos veces al año a sus mejores amigos o cuando se reúnen a ver los partidos de fútbol americano apenas se dirigen la palabra mas que para pedirse una cerveza. Su manera de expresar afecto es muy distinta a la nuestra y no por eso se convierten en unos horripilantes monstruos insensibles. Así que, si tienen un novio o esposo incapaz de mostrar amor a sus amigos, según ustedes, ¡déjenlo en paz y pásenle el control remoto!