Se trata de escenas de la vida cotidiana, pero no por ello dejan de ser dolorosas. Cuando se nos referimos a las mujeres, ya saben, con los ojos rojos e hinchados de tantos llorar, todas moquientas y chancludas, consumiendo cantidades industriales de pañuelos desechables y atiborrándose de chocolates para paliar la depresión; y del lado de los hombres, la historia no es muy diferente: no pueden faltar las borracheras con tequila de lunes a viernes, con la barba de tres o cuatro días asomándose en su rostro y escuchando una y otra vez en su iPod esa ridícula melodía que le recuerda la primera cita que tuvieron.
Pero eso sí, en medio de tan doloroso trance, hombres y mujeres por igual siempre acaban por lanzar ese lastimero grito de: «¡¡¡¿¿¿Por qué dejó de amarme???!!!».
Así es, amig@s. Es la hora de la ruptura. Es el oscuro momento en el que el «hasta que la muerte los separe» no vale un pepino. De nada sirvieron las promesas, los juramentos, las buenas y las malas en las que juntos lucharon a brazo partido para salir adelante… lamentablemente el transcurrir de los años les pasó factura a ambos y ahora después de cinco, ocho, once, veinticinco, treinta años uno de los dos (¡o los dos!) descubre que el amor salió por la puerta de atrás desde hace mucho tiempo y esa bella mujer o ese guapo hombre que solía provocarnos toneladas de suspiros ahora sólo nos transmite aburrimiento, tedio, fastidio e incluso animadversión.
Pero, ¿cuáles son las causas que inciden para que dejemos de amar a esa persona que en un principio con su sola presencia nos provocaba tal estado de bienestar que sólo imaginar su ausencia por unos instantes nos podía causar un dolor (físico y emocional) insoportable?
Para empezar hay que dejar muy en claro que no hay espacio suficiente para enlistar todas esas causas que motivan que un hombre deje de amar a su mujer y viceversa. Sin embargo, las principales podrían ser el egoísmo y caer en eso que muchos llamamos la zona de confort, o sea cuando llegamos a un punto en el que damos por garantizado todo lo que conforma nuestro entorno (incluso el amor de la persona con la que convivimos, coexistimos y cohabitamos en el día a día) y dejamos de esforzarnos por procurarlo, atenderlo, cuidarlo y cultivarlo para que no sólo se conserve, sino se acreciente. Y es que las aristas del comportamiento humano, cuando se trata de relaciones de pareja, suele ser muy disparejo y voluble… tan sólo hay que recordar nuestro comportamiento cuando intentábamos conquistar, enamorar y atrapar a nuestr@s espos@s para darnos cuenta que éramos todo un catálogo de estrategias encaminadas a mostrar lo mejor de nosotr@s mism@s con tal de lograr nuestro propósito. Pero ¿qué ocurrió después de alcanzar el anhelado objetivo?, pues nos dormimos en nuestros laureles y creímos que con el esfuerzo
previo desplegado sería suficiente para mantener por toda la eternidad el amor de nuestra pareja.
Amig@s, por eso es muy importante que entiendan que no debemos aspirar a estacionarnos por toda la vida en la fase del enamoramiento, porque ésa (la fase del enamoramiento) debe tener una caducidad y no es recomendable forzarla a que dure más de la cuenta. Si queremos vivir enamorados por siempre y que nuestra pareja también esté enamorada de nosotros por siempre, lo más recomendable es que todos los días nos avoquemos a darle un mantenimiento adecuado a ese amor, para que nunca muera y nunca nos quedemos sin él.