No es mi intención caer en los terrenos del famoso psicólogo y sexólogo texano John Gray (sí, ese que en 1992 escribió «Los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus»), pero a últimas fechas me he encontrado con muchísima correspondencia procedente de muchísimas féminas que, desesperadas, me preguntan cuál o cuáles son las razones por las que sus novios y/o esposos (esos extraños seres con los que día a día conviven, coexisten y convergen) se muestran totalmente incapaces de prestarles atención cuando éstos se encuentran inmersos en actividades que son de su total interés.
Y es que es en serio, parece que es una pandemia que ha contagiado a todos los varones de este siglo (y supongo que también de los anteriores) cuyos síntomas son una total y absoluta falta de concentración (y, por ende, de atención) a todos los asuntos que queremos compartir con ellos justo en el momento en el que están viendo el fútbol, haciéndole talacha a su automóvil, reparando algún desperfecto en la casa, leyendo la sección deportiva del periódico o simplemente cuando están echados en su sillón favorito tomándose una cerveza y filosofando cómo es que las moscas se pueden sostener del techo sin caerse.
«Es que ya no me quiere Yazmín, por eso ni me pela«, «Seguro está pensando en otra, porque le platico todo lo que me preocupa y al final sólo me responde ‘si, ajá'», «Es un egoísta porque nunca me pregunta cómo me siento»… los reclamos son interminables y las mujeres al borde de un ataque de nervios (como las de Almodóvar) se cuentan por legiones porque sus novios y maridos se han transformado en unos horripilantes seres unidimensionales incapaces de escucharlas mientras realizan otras «importantísimas» actividades.
Lo cierto, mis queridas amigas, es que las características psicológicas de los varones (¡se los juro!) son totalmente distintas a las nuestras. Viene en su código genético humano e incluso estudios científicos han arrojado como conclusión definitiva que por la concepción de sus hemisferios cerebrales, que están perfectamente divididos o seccionados (a diferencia de los de las mujeres), les resulta sumamente complicado concentrarse en dos o más tareas de manera simultánea, cosa que las mujeres sí estamos acostumbradas a hacer. Pero esto no necesariamente tiene que ser un axioma (una verdad obvia) porque, como en todo, aquí también existen excepciones a la regla y hay muchísimos hombres capaces de concentrarse y realizar dos o más tareas al mismo tiempo.
Asimismo, sobre este tema también deberíamos considerar los patrones sociales que a hombres y mujeres se nos han asignado ancestralmente, con ellos desempeñándose como cazadores y proveedores, y ellas como recolectoras y administradoras. No se trata de poner por encima a unas y ubicar en una subcategoría a otros. ¡No! Simplemente hombres y mujeres somos diferentes y por lo mismo somos complementarios. Si acaso, lo recomendable es que unos seamos ser más accesibles y otras más comprensivas, ¿no creen?