Se les mira con cautela, con rechazo y de lejitos. Son consideradas un cáncer para la sociedad, porque no se tientan el corazón y si hay que destruir un hogar en el que hay de por medio una esposa abnegada y varios hijos, pues simplemente lo destruyen y ya… a ellas lo único que les mueve y satisface es cumplir con el frío objetivo de apoderarse del hombre al que le pusieron el ojo. En veces su instinto depredador les da para casarse con ellos y en veces sólo les da por atraparlos para pasar un buen rato con ellos y sacarle jugo a la circunstancia sin que exista compromiso por ambas partes (aparentemente).
Se trata de las peligrosísimas robamaridos, una especie que desde tiempos inmemoriales se ha hecho presente en todas las civilizaciones habidas y por haber. Desde Cleopatra hasta Angelina Jolie, todas poseen el común denominador de la sangre fría que les permite arrebatar al hombre que se les viene en gana sin importarles si éste es comprometido o casado; aunque el sabor de su conquista se acrecienta si el «trofeo» obtenido es un espécimen del género masculino presume una argolla de matrimonio en alguno de sus dedos.
Vampiresas, lagartonas, zorras… los apelativos para referirnos a estas mujeres son infinitos, pero mientras más ofensivos y despectivos sean para describirlas es mejor, de acuerdo a los convencionalismos sociales que nos permiten ensañarnos con total libertad e impunidad contra estas féminas pecadoras y abusivas que nos arrebatan a nuestros hombres. Incluso los expertos en comportamiento humano y psicología concluyen que al tratarse de personas a las que nos les importa forzar a un semejante a cometer adulterio su autoestima es baja, bajísima. O sea, que no se quieren nada, nadita y por eso ponen sus ojos en hombres cuya vida ya le pertenece a otras mujeres.
Sin embargo, aquí bien cabría un alto en el camino para reflexionar si estas mujeres, totalmente estereotipadas, son las únicas culpables de que los «incautos, inocentes y bondadosos» hombres caigan en sus afiladas garras. ¿Qué sucede cuando un «amoroso y ejemplar» esposo cae atrapado ante el influjo de los vulgares encantos de una robamaridos?, ¿qué provoca que un «inocente y cauto» esposo cometa el feo pecado del adulterio cuando no tiene porqué salir a buscar a la calle lo que tiene dentro de la calidez de su hogar? Los motivos se cuentan por decenas de cientos, son tantos que este espacio semanal sería insuficiente.Pero lo que si podemos balancear desde nuestra perspectiva individual, es que en una situación tan condenable como el hecho de que una mujer se empecine en que un hombre desbarate su hogar para quedarse con él o simplemente para pasar un buen rato con él, no hay inocentes, sólo culpables: la lagartona, el hombre, su esposa y la sociedad misma, ¡todos llevan un porcentaje igual de culpa! ¿Por qué? Porque todos y cada uno como individuos hemos permitido que los llamados «tiempos modernos» nos desvaloricen y nos alejen de los preceptos de lo que es correcto; queremos ser tan open-mind o fashion que hemos dejado de lado el sentimiento más importante de todos: el amor. El amor por nuestra pareja y el amor por nosotros mismos.