Lamentablemente son muchas las personas, hombres y mujeres, que una gran parte de sus vidas transcurre en la monotonía y el conformismo. Por diversas razones (psicológicas, sociales, estructurales, etcétera), aunque todos estamos provistos del chip de la aventura y la emoción, muy pocos son los que de buena gana aceptan que en torno a ellos ocurran cambios que pudiesen darle un giro de 180º a sus hábitos y sus maneras. Algunos reconocen que el miedo es el principal ingrediente que les impide salir de la mal llamada «zona de confort» para intentar algo distinto que les haga extirparse de sus tradicionales estructuras; otros más aceptan que este temor es provocado por una terrible aprensión a perder el control de las situaciones.
Pero ¿qué es lo que causa que cada día sean más y más aquellos que, aún por encima de saberse provistos del talento y la capacidad suficientes para triunfar en su respectiva área de desarrollo (profesional y/o personal), no logran aceptar, adaptarse e involucrarse con los distintos cambios que se presentan en sus vidas?
Por principio de cuentas los seres humanos, desde el momento en que somos concebidos, somos seres cambiantes. Físicamente cambiamos, mentalmente también cambiamos, espiritualmente cambiamos, materialmente cambiamos… es por mera y simple naturaleza. Sin embargo, en la cada vez más compleja psicología humana es evidente que el individuo (hombre o mujer) se acostumbra a hacer las mismas cosas siempre, de manera sistemática y repetitiva. Alguna alteración de esta circunstancia, por muy mínima que ésta sea, generalmente se transforma en angustia y en estrés para quien la experimenta.
Pero ¿qué creen amig@s lector@s? Por si no se habían dado cuenta la única constante que podemos dar por sentada en nuestras vidas es el cambio y resistirse a éste únicamente nos va a acarrear frustraciones y desilusiones. Seguramente muy pocos de ustedes recuerdan que cuando tenían 10 u 11 meses de edad sólo gateaban o se arrastraban por el piso, pero un buen día decidieron asirse de algún mueble cercano o la pierna de mamá o papá para erguirse totalmente y aventurar los primeros pasos que poco tiempo después se transformarían en el diario caminar que hasta hoy conservan. Pues bien, ¡eso fue un cambio! y éste requirió de una tomar una decisión. Cierto, ésta fue instintiva o inconsciente, pero al fin y al cabo para dejar de gatear y empezar a caminar tuvimos que involucrar una decisión personal.
¿Te están ofreciendo un nuevo empleo?, ¿te sientes estancad@ en tu noviazgo?, ¿quisieras vivir en una colonia diferente?, ¿a dónde ir de vacaciones, Cancún o Los Cabos?, toda mi vida he tomado whisky ¿ya es hora de probar otra cosa, qué tal vodka o tequila?, ¿qué estudio: arquitectura o medicina?… Las interrogantes y los planteamientos son interminables, infinitos y justo es eso lo que hace que nuestras vidas sean tan ricas en vivencias y emociones, porque constantemente nos tenemos que someter a tomas de decisiones (desde las más sencillas hasta las más complejas). Sinceramente no creo que valga la pena vivir siempre envueltos en la rutina, bajo la filosofía del «pan con lo mismo» sólo porque no tenemos la valentía de afrontar nuevos retos y probarnos a nosotros mismos que somos capaces a no quedarnos al margen de las nuevas situaciones y tendencias que nos tiene preparado el mundo y nuestra cotidianeidad. ¡Anímense, sacúdanse ya ese miedo a decidir!
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