Durante generaciones el reclamo ha sido contundente: «¡Mis papás hacen cosas que me avergüenzan o me ridiculizan… auxilio!». Éste, es un grito de auxilio que todos (sí, todos) en algún punto de nuestras vidas hemos expresado porque, debido a la lógica brecha generacional que siempre ha existido con relación a nuestros progenitores, con éstos echando a andar el chip que traen inserto con el que, consciente o inconscientemente, provocan situaciones por las cuales sus retoños acaban por emitir el clásico «trágame tierra».
Los que son hijos (todos quienes están leyendo esta columna lo son) y los que ya son padres saben a lo que me refiero…
No importa la etapa, bien puede ser la niñez, la adolescencia e incluso la edad adulta; el chiste es que ser papá trae por añadidura esa proclividad a avergonzar o ridiculizar al hijo frente a los demás: hijos, familia (abuelos, primos, tíos, etcétera), compañeros de escuela, amigos, novia y hasta esposa. Y no es algo que se suscite a propósito o por mala fe, porque al día de hoy no conozco a un padre que no quiera lo mejor para sus vástagos, pero de que sucede… ¡sucede!
¿Cómo olvidar aquella vez a los cinco años que te llevaron a un bautizo a pleno mediodía vestido con un elegante smoking de terciopelo negro, mientras los demás niños iban ataviados de acuerdo a su edad?, ¿o aquella ocasión que la madre descolgó el teléfono mientras platicábamos con algún pretendiente y ella lo interrogaba a la usanza de la Santa Inquisición?, ¿o qué tal jugando esa «cascarita» en la calle con los amigos de la cuadra y mamá salía al portón y gritaba «Juanito, ya es hora de tu supositorio» (a ese amiguito lo siguen apodando así, el supositorio)?, ¿o a los papás haciéndose los chistosos frente a tus compañeros de clase la primera vez que se te ocurrió dar una fiesta en tu casa? ¡Trágame tierra!
Y no es que los adultos seamos una manga de insensibles a los que no les importa lo que piensan/sientan los niños y los adolescentes. Pero definitivamente sí es un hecho incontrovertible que poseemos un «sexto sentido» para incomodar a nuestros propios hijos con episodios que los abochornan y cuyas consecuencias pueden ser temporales o permanentes. Ya lo mencionábamos en la columna anterior, uno de los principales miedos del ser humano es a ser rechazado; la fobia a ser ridiculizado o avergonzado frente a sus semejantes, estoy segura de que es el segundo en su lista de temores.
Ésta columna se llama «Exclusivo Para Hombres», pero este tema no es privativo de los varones, también permea a las mujeres. Así que, amig@s, si ya tienen hij@s (niñ@s, adolescentes o adultos), ¡por favor, sean más alivianados con ellos! Sean lo suficientemente atingentes con ellos y sus circunstancias para que con el paso del tiempo reconozcan en ustedes a unos verdaderos aliados y no a unos incómodos adversarios. Se sorprenderían si supieran la cifra de personas adultas que dejan de frecuentar a sus padres porque éstos durante su niñez y adolescencia les hacían «la vida de cuadritos».¿Cómo lograrlo? ¡Fácil! Déjenlos ser, respeten sus tiempos, sus decisiones, sus amistades, sus tendencias. La supervisión conlleva ciertos límites y siempre es mejor que l@s hij@s nos vean como amigos que como enemigos. ¿No creen?