Chicos, ustedes me conocen. En este mundo no podrán encontrar a una mejor abogada defensora de las causas masculinas que yo. Semana a semana, desde este espacio y también en mis dos libros publicados («Exclusivo Para Hombres» y «Confesiones Privadas», ambos de Grijalbo) me he dedicado denodadamente a dignificarlos como género porque creo que se lo merecen. Pero, es el colmo con ustedes, a través de decenas de mensajes que he recibido de mujeres (amigas, novias, esposas, etcétera), me vengo a enterar que varios de ustedes padecen de «mamitis aguda».
¿Qué les pasa, caballeros?
De acuerdo, yo soy la primera en aplaudir que hombres y mujeres por igual le deben la vida a sus madres y, por lo mismo, es su obligación retribuirle a sus progenitoras un poquito del mucho amor, sacrificio, cuidados y desvelos que ellas les prodigaron durante la niñez y adolescencia. Pero, de ahí a que prácticamente ignoren o se olviden de sus novias y esposas (incluidos los hijos) por atender a sus mamacitas, me parece reprochable.
Sin caer en temas que merecen de un amplio contexto psicológico, como los conocidos «Complejo de Edipo» o «Síndrome de Peter Pan» (de los que más adelante hablaré más a fondo), un hombre maduro que pasa más tiempo con su madre que con su familia requiere de ser estudiado porque, por principio de cuentas, se trata de un individuo que se niega a aceptar de tiempo la responsabilidad de hacerse cargo de un trabajo, una casa, una esposa y unos hijos. Y este comportamiento se debe primordialmente a que durante su niñez y adolescencia, a este hombre no se le inculcaron conceptos como el individualismo, la emancipación y la protección.
Varios fueron los mensajes que recibí en estas últimas semanas de mujeres desesperadas que de común denominador sentían un enorme resentimiento hacia sus suegras, pero no por ellas mismas ni por albergar un sentido de competencia para con sus «madres políticas», sino porque sus hombres las tienen en el total abandono por pasar casi todo el tiempo en compañía de sus mamis.
Algunas incluso están considerando seriamente la alternativa del divorcio porque, con justificada razón, argumentan que para qué se casaron si el esposo no le otorga ningún valor a la esposa ni como figura de peso dentro del hogar ni como su compañera de vida, porque todo cuanto hacen lo enfocan totalmente en la efigie materna.
Y los ejemplos/quejas son interminables: ejecutivos que de lunes a viernes quienes, sin importarles qué tan lejos queda la casa de la mamá, están muy puntuales ahí a la hora de la comida, dejando «plantada» a la mujer con las viandas preparadas en su propia casa; madres con tres o cuatro hijos organizando solas las vacaciones familiares (como si fueran mamás solteras), porque al marido se le ocurrió que durante los próximos 40 años esas fechas las va a transcurrir paseando con la autora de sus días… ¿pueden creerlo? ¡Pero, qué les pasa!
Espero que de todos mis lectores sean muy pocos los que padecen de mamitis aguda, pero si es tu caso, querido amigo que estás leyendo esto, por favor ¡ponte las pilas!