Basta que uno la nombre para que un cosquilleo invada el estómago y suba los colores a la cara.
Si, porque la mente es el afrodisíaco más potente, sin dudas.
Pero más allá de las leyendas, los mariscos, los chocolates o de las miradas a la luz de las velas, nadie se atreve a negar que uno de los mayores afrodisíacos es el vino.
Fisiológicamente hablando, hay un par de explicaciones racionales para esto: esta bebida alcohólica es un vasodilatador que hace fluir más rápido la sangre en las venas, que relaja y ante todo (y aquí recide su gran appeal) desinhibe.
Podríamos decir que es una bebida vaso-desinhibidora.
Una copa de vino y la vergüenza queda exiliada en la parte más lejana del cerebro y hasta la persona más tímida siente fluir las palabras y la seducción desde su boca.
¿No han notado ese destello mágico que se instala en la mirada después de la primer copa?
No por nada Shakespeare llamaba a las bebidas alcohólicas como el Jesuitismo de los instintos sexuales.
Eso de que ‘lo esencial es invisible a los ojos’ se aplica a muchos aspectos excepto al erotismo. Aquí lo esencial debe ser visible, tiene que ser detectado por la veloz pupila y actuar en consecuencia.
Los rituales previos del vino: los juegos del líquido en la copa, la búsqueda de secretos en su color y en su aroma y la concentración para sacarle verdades a su jugo, no hacen más que poner los sentidos en su punto más intenso y perceptivo.
Esto sí que es afrodisíaco, mucho más que un ostentoso plato de ostras.
Las analogías entre erotismo y vinos son infinitas. El vino siempre ha estado vinculado con la sangre, con la juventud, con la vida y simboliza la embriaguez sagrada que permite al hombre participar de la vida de los dioses.
El vino (rojo, sobre todo) es la representación de la pasión, del bacanal, del amor.
El champagne también es un gran afrodisíaco, porque a todo lo anterior suma la magia de las burbujas. Casanova, el gran seductor, servía champagne a sus conquistas para atraparlas más fácilmente entre sus redes.
Con más pragmatismo que ciencia, Casanova sabía de las propiedades sobre ciertos centros neurálgicos del espumante.
La mente es el mejor afrodisíaco, pero actúa con mayor frescura si es cubierta por una buena capa de un buen merlot.
Perrier-Jouët Cuvée Belle Époque 2000:
El intenso amor que unía a Pierre Nicolas y a Adéle constituye en parte la razón de este éxito. Pero su matrimonio tuvo que pasar por duras pruebas, ya que la salud de Pierre Nicolas era extremadamente frágil, por ello, Adéle Jouët tuvo que tomar las riendas de la Maison durante las convalecencias o las repetidas ausencias de su marido saliendo a conquistar mercados extranjeros. Por esta razón, una gran parte de los libros de cuentas de los registros de correspondencia proceden del elegante puño y letra de la Señora Perrier-Jouët. Hija del Siglo de las Luces, con una sólida educación. Adéle demuestra ser una gran anfitriona para los clientes y las relaciones de negocios que empiezan a llegar a Epernay. Los Perrier-Jouët no dudan en poner unas habitaciones a disposición de los huéspedes de paso, tradición que continuará hasta nuestros días con la Maison Belle Epoque.
En 1811, la Casa Perrier-Jouët nace bajo una buena estrella, con el paso del cometa Halley avistado por primera vez en el cielo nocturno del 25 de marzo. Sea o no una coincidencia o una relación causa-efecto, el 1811 es la primera añada excepcional del siglo XIX tras los hermosos años 1802 y 1804. Estas serán también las primeras vendimias de la Maison Perrier-Jouët. El 2 de agosto de 1819 Pierre Nicolas Perrier escribía con nostalgia que tan sólo quedaban 50 botellas en la bodega.
El champán más extraordinario de Perrier-Jouët y una de las cuvées de prestigio más famosas del mundo. Lanzado en 1969 y presentado en una botella decorada con delicadas anémonas, Belle Époque marca la historia de la casa y coloca el Art-Noveau en el centro de su identidad.
Perrier-Jouët Belle Époque es un equilibrado ensamblaje de las cosechas más prestigiosas del terruño de la Chamapaña. Chardonnays de la Cóte des Blancs, particularmente de Cremant, que les aportan su gran elegancia, con un pequeño porcentaje de pinot noir, responsable de sus notas frutales.