Mexicanísima forma de decir “ya basta”. Y me refiero al pleito entre Andrés Manuel López Obrador y Felipe Calderón.

En lo personal, ya me da una flojera inmensa. Lo digo con todo respeto para el expresidente y el mandatario actual.

Ríos de tinta hemos escrito sobre esta rivalidad que viene de la elección presidencial de 2006. He aquí que estamos en 2020, catorce años después, y los dos siguen tirándose los trastos a la cabeza con la misma enjundia.

Algo hay, detrás de la bronca, de diferencias ideológicas. Dos visiones de país muy distintas. Pero también es evidente que estamos frente a un pleito personal de dos políticos supuestamente profesionales. Y, en medio, nos encontramos los mexicanos.

Uno, Calderón, debió haberse reinventado después de que dejó la Presidencia. Perseguir otros de sus intereses. Por ejemplo, le apasiona el tema de las políticas públicas y, en particular, el combate al cambio climático. Da muy buenas conferencias al respecto. Podría haberse convertido en un líder internacional en este asunto tan importante para la humanidad. Pero no. Ahí sigue en la que ha sido su mayor pasión: la lucha por el poder en México. Y como no hay líderes opositores fuertes en nuestro país, el expresidente se ha convertido en el principal referente opositor en contra de AMLO.

Otro, López Obrador, ya ganó, finalmente, la Presidencia después de tres intentos. Hoy, sublimado su sueño, debería dedicarse en cuerpo y alma a gobernar bien el país. A mejorar la pésima gestión de su gobierno en el manejo de la pandemia del covid-19, revertir la peor crisis económica desde la Gran Depresión y resolver el terrible problema de inseguridad que heredó. Pero no. Ahí sigue lamiéndose las heridas de su derrota de 2006, cuando fue él, por sus errores, el que perdió esa elección más que ganarla Calderón. Hoy, el jefe del Estado mexicano está feliz, regodeándose de que el INE haya rechazado el registro al partido liderado por Margarita Zavala con participación del expresidente Calderón. Vaya pérdida de tiempo.

Como dicen los chavos, “neta, ya párenle”.

Pero esta pelea es también el reflejo de la debilidad de nuestro sistema democrático. En los últimos 20 años no se han renovado las élites políticas del país. Seguimos con los mismos actores. Calderón y López Obrador en el centro de la atención. Lo demás en las sombras.

¿Dónde están los jóvenes que a estas alturas ya debieron de haberlos sustituido?

En el PAN, el llamado “joven maravilla”, Ricardo Anaya, desapareció en cuanto perdió la elección presidencial de 2018. Los gobernadores jóvenes y exitosos de este partido no han logrado dar el salto hacia la política nacional. Nadie le llega, ni de lejos, a la figura de Calderón.

Lo mismo pasa en Morena. Nadie le llega, ni de lejos, a la figura de López Obrador. Nadie se atreve a desafiarlo. Todo su movimiento depende de él. Los jóvenes morenistas que quieren liderar a este partido son atacados inmisericordemente por sus propios compañeros. Ahora, por increíble que parezca, surge la idea de que dirija ese partido una “joven promesa de la política mexicana”, Porfirio Muñoz Ledo, un cuadro aún más viejo que AMLO.

Todavía recuerdo la intensidad de la crisis política después de la elección de 2006. Fueron días muy duros para la República. La decisión de AMLO de desconocer los resultados y radicalizarse. La postura defensiva de Calderón hasta el día que tomó posesión bajo la amenaza de que no lo dejarían hacerlo.

Bueno, pues aquí estamos, 14 años después, en medio del mismo pleito. Que si Calderón esto, que si López Obrador aquello.

¡Cuánta energía política le ha costado al país este conflicto! Calderón no pudo sacar adelante su agenda de gobierno por las movilizaciones de AMLOLópez Obrador está más obsesionado por cerrarle el camino a su némesis que por gobernar bien a este país.

Nada peor en la política que las peleas personales. Nada más bajo y desgastante.

El asunto me recuerda la película The War of the Roses (no recuerdo qué título le pusieron en México cuando salió en 1989). Un matrimonio que se odia a muerte, pero son inseparables. No pueden vivir más que peleándose. No pueden divorciarse y acaban, efectivamente, matándose el uno al otro a un precio altísimo, no sólo para los dos, sino para sus hijos y patrimonio.

¡Ya chole! Ojalá pudiéramos darle la vuelta a la hoja y concentrarnos en los temas serios. A ver si para 2024, cuando AMLO se retire a su rancho, termina este huracán de pasiones que tanto ha desgastado la vida política de la República.

 

           Twitter: @leozuckermann

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