Lo impensable. Donald Trump ganó las elecciones. ¿Y ahora qué? ¿Qué hacer como país? ¿Como mexicanos? Diversas voces en la prensa de los Estados Unidos exhortan a no “normalizar” lo que ocurre. Y ocurre mucho.

Durante la campaña el ganador cuestionó y ridiculizó la igualdad ante la ley, las libertades de expresión, prensa, conciencia, comercio y tránsito. Principios fundamentales del liberalismo que aparecieron en su retórica como obstáculos a la grandeza de Estados Unidos. Todo indica que esa retórica guiará su agenda política. En su primera entrevista como presidente electo, Trump sugirió que deportará o encarcelará de dos a tres millones de migrantes indocumentados con antecedentes penales. Además, políticas de la administración Obama como DACA y DAPA, que protegen a padres e hijos indocumentados con permisos laborales y un camino a la ciudadanía podrían desaparecer. El equipo de transición mantiene abierta la posibilidad de un “registro de musulmanes”. Esto no es normal.

No está de más insistir en la importancia de los migrantes en la economía de Estados Unidos y en las enormes ganancias que el libre comercio ha traído a los tres países. En los próximos dos meses México debe tomar medidas para proteger, como mínimo, los derechos de los mexicanos que viven en Estados Unidos y las ganancias económicas conjuntas de los tres miembros del TLCAN.

El reto es mayor de lo que imaginamos. Es mayor porque la normalización de lo inadmisible es nuestra especialidad. Normalizamos la violencia física y verbal, en particular a mujeres, migrantes y personas LGBT+; convivimos sin alarma con la desigualdad ante la ley y la discriminación institucional y entre particulares; disculpamos la ausencia del debido proceso, la tortura, la corrupción; deseamos un país mejor pero abandonamos el sistema educativo. Hemos hecho de la humillación de los otros una forma de vida. Lo que hoy nos asusta de nuestros vecinos es lo que ya normalizamos, a nuestro modo, desde hace lustros.

La normalización de la nueva realidad en Estados Unidos ya comenzó; el Poder Ejecutivo nos insta a la calma, a no caer en el pánico, a esperar a ver qué pasa. Miembros de la clase política responden de la peor forma: nacionalismo contra nacionalismo.

La oportunidad frente a nosotros es que este shock externo nos anime a la reflexión. Podemos elegir respetar, sin restricción, los proyectos de vida de los demás. Elegir jugar un papel en la construcción de las instituciones que permiten la prosperidad y la convivencia armónica. Imaginar que vivir así es posible y deseable.

Esto implica entre otras cosas respetar la libertad de expresión y conciencia, la laicidad del Estado, la libertad de comercio, empresa y asociación, comprometernos a no discriminar y a ser iguales ante la ley.

Implica también responder a la cerrazón con apertura. Dar el ejemplo a la región con un mayor involucramiento en el mundo. Disminuir barreras a la migración simplificando los permisos laborales y de residencia. En vez de una guerra de tarifas arancelarias, más tratados comerciales y reducción unilateral de tarifas (esto aumentaría el costo para Estados Unidos de abandonar el TLCAN). Participar activamente en la construcción y reforma de instituciones internacionales para la paz y el desarrollo.

No empezamos de cero. Gracias al trabajo de muchas mexicanas y mexicanos hoy existen organizaciones de la sociedad civil nacionales e internacionales que trabajan a favor de un país más libre.

Normalicemos el respeto a la vida de los demás. Que lo que nos distinga como mexicanos no sea dónde nacimos sino cómo tratamos a los demás. Sólo así podremos hacer frente a Trump y nuestros propios demonios. Ese siempre ha sido el reto para México y hoy es más apremiante que nunca.

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