Dos semanas atrás, les invité a usar su curiosidad para conocer como es en realidad la tierra, con sus diversas capas, con sus funciones para el movimiento rotatorio, el clima y los temblores. Apenas a ocho días de esas reflexiones nuestra casa –el planeta que habitamos y nos provee de todo lo necesario para vivir- reaccionó con similar agresividad a la cual lo sometemos, abriendo zanjas, destruyendo edificios y llevándose la vida de casi 40 mil personas. En Turquía, las autoridades ya han dispuesto de seguridad pública, para aminorar la perversión humana, que agrega a la tragedia natural, el robo a personas y negocios y se aprestan a denunciar a cientos de personas a quienes presumen responsables de la mala calidad con la que construyeron poco más de mil edificios y casas en cuyos escombros yacen un buen número de ciudadanos.

De los dos países afectados, separados por las líneas imaginarias derivadas de la política y las limitaciones socio-espirituales perversas inventadas por la humanidad, lo que flota es el afán milenario de envidiar tener lo mejor del otro. Aun en el mismo trágico momento que viven los habitantes de Turquía y Siria hay discriminación, como si el supuesto giro inverso del núcleo interno y magnético del planeta, nos empezará a mostrar lo grave de lo hecho al tirar bombas y basura en el mar, desechos tóxicos en la superficie, -químicos con supuestos beneficios para la agricultura y la alimentación- en vez de promover el análisis, del mortífero actuar humano de los últimos 200 años. ¿Qué ganan los gobernantes sirios al mantener la tragedia de una lucha interna en contra de sus minorías? ¿Con que valores los países externos -de la Unión Europea o de otros continentes- envían armas en vez de promover el amor y respeto por la vida? Mucho nos falta para que los titulares de poder –sobre todo los definidos como populistas de izquierda o derecha- en el mundo asuman las consecuencias malignas del control por más que lo quieran disfrazar de servicios comunitarios.

 Por alguna razón en la mayoría de los contendidos sociales, jurídicos y religiosos, la envidia está considerada como algo perjudicial. En el pentateuco bíblico, adjudicado a Moisés, no se nos explica en qué consistía esta patología conductual de Caín; pero no hay duda que ello condujo al homicidio del propio hermano. También se enseña que es más peligrosa la venganza que la norma jurídica[1] y que dicho trastorno puede afectar a cualquiera sin importar incluso la clase social, como aprendí a principio de la década de los setenta en mi voluntariado para niños hijos de recogedores de basura en los tiraderos de Sta. Fe y de Sta. Cruz Meyehualco  en Iztapalapa. “el que manda está allá arriba” me dijeron un Día del Niño en que, por tomar la ruta equivocada, llegué a la puerta de los más miserables de los pobres; allí, donde los niños jugaban a medir la habilidad de quien cazaba más rápido una rata. Y si se notaba la diferencia, había cierta lógica en las explicaciones del porqué de la discriminación a los infantes de “abajo” y simplemente se nos advirtió de lo que “nos podían hacer estos malvados”[2]

Más allá del olor a basura que quedaba en mi auto, estoy segura que alguno de esos niños –recuerdo a “Napoleón” y su extrema inteligencia- habrán salido de su circunstancia. Lo malo lo perverso, es que la envidia aumenta sobre todo por el liderazgo de quienes ni siquiera la advierten como patología individual y social propia. El siglo XXI, parece pontificar el resentimiento, expresado en discurso oculto tras chistoretes de poca calidad. ¿Cómo parar el rencor entre rusos y ucranianos? Si Usted por la circunstancia que sea se encuentra en medio de la diferencia socio-política de cristianos y musulmanes ¿a cuál de las dos partes se le antoja expresar su tirria? A 40 o 50 años de haber sido factor importante para el inicio de grupos activos de la sociedad civil, hemos visto como por la envidia de otros –organizaciones con finalidades comunes pero incapaces de aportar nada nuevo- muchas buenas iniciativas se quedaron en la vandalización, el señalamiento injusto y hasta la agresividad en contra de quienes sin interés algunos fueron capaces de reunir talentos y recursos valiosos para ayudar a los que no tenían opciones, como ha ocurrido con guarderías, instituciones para ofrecer a los alumnos alimentación de mejor calidad que la vendida en las tienditas escolares, instancias especialidades en atender problemas de salud física y mental –autismo, limitaciones neurológicas, cáncer, quemaduras- mantenimiento de construcciones, parques, bosques, grupos animales y vegetales en extinción….- cuyos recursos han sido sustituidos por limosnas que destruyen la dignidad y solo manipulan para conducir el voto de supuestas democracias, prostituidas al convertirse en esclavitudes “modernas”.

Que hacer además de aminorar nuestra propia culpa, llevando toneladas de “ayuda” para los más lejanos que nunca conoceremos justificando así nuestras omisiones con el cercano ¿como le ocurrió a Caín con su hermano Abel? ¿Será marcando rabiosamente en la frente a los malos? ¿dándoles un trato de respeto injustificado a cambio de que nos compartan lo que quisiéramos tener sin haber hecho lo que ellos practican? Ignorando en ese contagio de resentimiento que podemos ser tan celosos como el que nos invita actuar con disgusto ¿Cada cual sabe dónde puede poner sus límites y distinguir lo peor de lo menos malo? Solo así llegaremos a lo bueno, erradicando la envidia, el resquemor y el disgusto.

[1] No se castigó con pena de muerte a Caín, se le segregó del grupo e incluso en un sentido amplio de justicia se estableció que sería marcado para que nadie en su exilio, intentara tomar su propia vida como revancha.
[2] Alguno de esos niños educados en la competencia desleal y la envidia, llegó por los motivos que sea a ocupar el liderazgo de un partido que de ser orgulloso se convirtió en vergüenza y con todo y lo logrado en términos de poder, dinero y control maléfico, terminó encarcelado.

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