Uno de los atractivos de un evento como el Campeonato Mundial de Futbol radica en ser un crisol de la diversidad cultural de la humanidad. Hermanados bajo las reglas de un deporte de aceptación internacional, los países y los aficionados que asisten aportan una gama de colores representativa de sus diferentes identidades. No describo nada más la literalidad cromática de sus nacionalidades, me refiero también a la policromía de sus culturas. La edición que se realiza en Qatar tiene un ángulo singular: el reclamo por parte de quienes consideran que esa nación tiene prácticas contrarias a la forma de ver el mundo de los visitantes. ¿Hasta dónde se justifican las protestas contra la ideología y la moral catarí?

La multiculturalidad que existe en el planeta implica distintas formas de ver la realidad. Juzgamos según nuestro código cultural y con frecuencia caemos en el error de considerar nuestra cultura como «lo normal», «lo verdadero» y peor «lo universalmente aceptado». Exigir que un país tenga criterios morales o valores «universales» como los nuestros es caer en un etnocentrismo peligroso. Quiero dejar muy claro que en lo personal estoy a favor de las «libertades occidentales» para las comunidades LGBTQ+, como para las mujeres. También estoy a favor de respetar las normas culturales de un país como Qatar, de la misma forma que no pretendería cambiar las costumbres de una casa en donde soy invitado, para que se ajusten a mi visión del mundo.

Los códigos culturales no sólo expresan la superficialidad de «así son en tal país», sino que explican qué significan ciertas acciones en determinado grupo social. Juzgar sin entender los significados no sólo nos lleva a malinterpretar, también nos pone en camino del conflicto y el autoritarismo, circunstancias que en otros tiempos han provocado conflagraciones internacionales en donde unos pretenden imponer su religión y sus formas de pensar a otros. Aceptar las diferencias a partir de sus significados nos llevaría a entender por qué aspirar a la similitud es erróneo. Si nos invitan a comer quienes, como símbolo de aprobación, eructan en la mesa, podríamos sentirnos incómodos y ofendidos, si no entendemos que esa humana expulsión de aire significa aprobación de la comida. El mundo está plagado de este tipo de acciones, para unos «normales», para otros «inaceptables».

Mención aparte merece quien debería tener el premio internacional a la hipocresía, la FIFA, que por un lado asume la condena del grito mexicano supuestamente homofóbico, y por otro lado otorga la sede de un campeonato a un país abiertamente antihomosexual. Por otro lado, los visitantes que hoy juzgan a Qatar y protestan porque quisieran que aquella cultura fuera como la propia, deberían entender que la verdadera protesta consistía en haberse negado a asistir (circunstancia que no los habría eximido de ser etnocentristas y arrogantes).

En una comunidad chiapaneca donde se cultiva el café, varias compañías internacionales que compran cosechas decidieron certificar que en las plantaciones no hubiera trabajo infantil. Bajo esta noble bandera dejarían de comprar grano a aquellos sitios donde hubiese infantes de por medio. A primera instancia uno aplaude la iniciativa, sin embargo, una lectura antropológica revela otro lado de la realidad. Resulta que para seguir la tradición ancestral del cultivo de café, abuelos y padres enseñan a los hijos desde pequeños. Ese contacto inicial con el campo, con la planta, con la naturaleza, es una preparación invaluable para los futuros agricultores. Romper aquello significa fracturar el legado generacional y equivale a «sembrar» individuos que estarán desligados de su contexto natural, y tampoco pertenecerán a otro sitio. Es válido entonces cuestionarnos ¿qué significa «trabajo infantil» en esta comunidad?, de la misma forma que podríamos cuestionar ¿qué significa el rol de la mujer en el mundo islámico?, ¿qué significan las demostraciones públicas de afecto entre los musulmanes?

No todo se justifica con la bandera de los códigos culturales. Entender que los significados construyen puentes de entendimiento nos haría tener sociedades más tolerantes y no caer en la contradicción de pedir libertades coartando las ajenas.

@eduardo_caccia

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