Conforme se acercan las elecciones de julio, muchos me preguntan si puede haber un fraude electoral en México. La pregunta me llama la atención. Este país ha gastado miles de millones de dólares para erradicar la vieja práctica autoritaria del fraude electoral. Hemos construido instituciones para evitar que se modifique la voluntad del electorado a partir del principio de la total desconfianza de los competidores. El haber resuelto el tema del fraude electoral es uno de los grandes logros de nuestra historia, incluso reconocido a nivel internacional. Y, sin embargo, todavía hay muchos convencidos de que una “mano negra” puede meterse al proceso electoral para cambiar los resultados a su favor. En vísperas de ir una vez más a las urnas, el “fantasma” del fraude electoral vuelve a rondar en la mente de muchos.

En lo personal, este fantasmita no sólo no me quita el sueño, sino que además hasta me aburre. Yo creo, como ha repetido mil veces José Woldenberg, que “pueden producirse irregularidades en una casilla o en un conjunto de casillas, pero un fraude maquinado centralmente es imposible”. El expresidente del IFE no se ha cansado de machacar, y con razón, cada una de las instituciones que se han desarrollado para tener elecciones donde sea imposible “modificar, alterar, maquillar, los votos que se depositan en las urnas”. Ahí están el padrón electoral, la utilización de boletas infalsificables, los elementos de seguridad de las credenciales de elector con fotografía, los listados que contienen no sólo el nombre de los votantes, sino también su rostro, las marcas que se hacen en las credenciales después de votar y en el dedo pulgar del elector con tinta indeleble y las mamparas con cortinilla para asegurar que el elector vote sin que nadie lo observe. También está el sorteo de más de un millón de ciudadanos que son los que durante la jornada electoral instalan las casillas, reciben los votos, los cuentan y llenan las actas y los representantes de los partidos que pueden observar todo el proceso desde la instalación hasta la clausura de la casilla.

Esto en cuanto a la posibilidad de una maquinación central para modificar la votación. Ahora bien, hasta 2007, en México también existía el concepto de la “nulidad abstracta” de una elección por la existencia de irregularidades generalizadas más allá de lo ocurrido el día de la elección. El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) anuló en 2000 la elección de gobernador en Tabasco, en 2001 la de alcalde de Ciudad Juárez y en 2003 la de gobernador de Colima porque se detectaron irregularidades que, según los magistrados, cambiaron la voluntad del electorado.

Cuando las elecciones se repitieron, volvieron a ganar los mismos partidos. Todavía hace doce años, se invocó la posibilidad de una nulidad abstracta de la elección presidencial, ya que la izquierda consideró que el proceso fue inequitativo. En particular, se mencionó el activismo del presidente Fox a favor de Calderón. Y aunque el TEPJF reconoció que la elección estuvo en peligro por este hecho, decidió no anularla porque no fue determinante para el resultado.

La buena noticia es que también hemos resuelto el tema de la nulidad abstracta. Fue una de la pocas reformas positivas de 2007. La Constitución ahora dice que el Tribunal sólo podrá “declarar la nulidad de una elección por las causales que expresamente se establezcan en las leyes”.

No obstante, muchos están volviendo a invocar el “fantasma” del fraude, incluyendo ciertos personajes cercanos a López Obrador, aunque éste vaya arriba en las encuestas. El problema es que este espectro, cada elección que pasa, se va haciendo más grande y va incluyendo nuevas cosas. Antes eran las prácticas fraudulentas que se hacían en las casillas el día de la elección. Eso se solucionó, aunque muchos todavía no lo crean. Fue un gran logro. Luego apareció la idea de otro tipo de irregularidades que llevaron al extremo de anular elecciones que, cuando se repitieron con nuevas reglas, volvieron a arrojar los mismos resultados. Eso, afortunadamente, también ya se arregló. Ahora el “fantasma” del fraude incluye nuevos temas como el manejo truculento de las encuestas, la participación de los medios para manipular al electorado, la intervención del crimen organizado a fin de amedrentar al electorado y la compra del voto. Así es cómo el espectro del fraude electoral sigue creciendo y cambiando de apariencia. Parece que estamos condenados a que esté ahí para siempre a pesar de todo lo que hemos hecho para superarlo.

                Twitter: @leozuckermann

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