Cuando era más joven, a Donald Trump le gustaba acostarse con las esposas de sus amigos. Para tal efecto, primero abordaba a la mujer en cuestión, haciéndole todo tipo de preguntas sobre su matrimonio. Luego citaba al marido a su oficina, donde le cuestionaba cómo iba la relación con su mujer, qué tan seguido hacían el amor, si lo disfrutaban, si le era fiel, en fin, preguntas muy íntimas. Después le decía que llegarían un par de “modelos” y lo invitaba a tener una “fiesta privada”. Toda esta conversación con el marido la estaba escuchando la esposa en el altavoz del teléfono. Así la patanería del hoy Presidente de Estados Unidos.

Ésta es una de las tantas anécdotas que cuenta Michael Wolff en Fire and Fury: Inside the Trump White House. Leí este libro de cabo a rabo, fascinado por la cantidad de chismes de este hombre que no estaba destinado a ganar la elección presidencial. Ayer leía la editorial de Mario Vargas Llosa, quien afirmaba que se trataba de “una pérdida de tiempo” leer este libro. No estoy de acuerdo. Como argumenta el Premio Nobel de Literatura, es cierto que la descripción que hace Wolff de la Presidencia de Trump es “exagerada y caricatural”. Pero, con que el 10% de lo que revela el autor sea verdad, nos trasmite la idea del tamaño de la tragedia que ha significado la llegada de un cavernícola a uno de los puestos más importantes del mundo.

Quizá la palabra que mejor describa los primeros meses de Trump en la Casa Blanca sea “caos”. Desorden absoluto de un personaje que se sacó la lotería, pero que no sabe qué hacer con el premio. Efectivamente, todos en la campaña de Trump, incluyendo al candidato, quizá con la excepción de Steve Bannon, esperaban la derrota en la elección presidencial. Ése era su Plan A y no tenían Plan B. Wolff cuenta cómo Melania lloró a moco tendido la noche de la elección cuando se enteró que se convertiría en la Primera Dama. No de alegría, sino de tristeza, por las locuras de su marido. Ella que vivía tan apaciblemente —y quería seguir viviendo— en el mundo de las páginas sociales de Nueva York.

Caos de una Casa Blanca donde todo mundo opinaba y metía su cuchara. Nadie sabía qué demonios hacer. Tres facciones enfrentadas a muerte para ganarse el favor del Presidente. La hija, Ivanka, y el yerno, Jared Kushner, en representación de la familia y con ideas más moderadas. Bannon, el estratega, ideólogo de la revolución nativista y populista. Reince Priebus, representante del establishment del Partido Republicano. Y en el centro, un narcisista obsesionado con los medios de comunicación.

Durante la campaña todos creyeron que su papel era manejar, de alguna forma, al indómito Trump. Cuando llegaron al poder, todos esperaban que el Presidente les dijera qué hacer. Pero Donald no sabía qué hacer. Roger Ailes, fundador de Fox News, amigo del magnate neoyorquino, siempre supo que Trump no tenía ningún tipo de convicción política. “Es un rebelde sin causa”, decía.

Ya al frente del gobierno estadunidense, sus opiniones cambiaban en cuestión de minutos dependiendo con el último con quien había hablado. Era antisistémico y populista si había escuchado a Bannon. Republicano institucional si el oído lo había tenido Priebus o alguno de los líderes en el Congreso (el senador Mitch McConnell o el representante Paul Ryan). Incluso más liberal, cercano a los demócratas, si el susurro había provenido de Jarvanka (la pareja de Jared e Ivanka). “La paradoja de la Presidencia de Trump es que ha sido la que más ha sido impulsada por la ideología y la que menos”, concluye Wolff.

Un Presidente que no lee nada y sólo presta atención por unos cuantos minutos a sus subordinados. Un Presidente que desconfía de los expertos, que se burla de ellos. El resultado ha sido un retraso en decisiones cruciales.

Trump sólo confía en dos tipos de personas: Los multimillonarios y los generales. A los primeros, les habla todas las noches para contarles chismes y pedirles sus consejos. A los segundos, les ha dejado, en la práctica, el manejo del gobierno federal. Muy importante en esta ecuación ha sido John Kelly, quien sustituyó a Priebus como jefe de la oficina de la Casa Blanca. El general despidió a Bannon y ha puesto algo de orden en el caos inicial. Mientras tanto, lo que mueve a Trumpes su pelea con los medios. Le desespera que “exageren mis exageraciones”. En el fondo, lo que quiere es ser querido y adorado por todos, comenzando por los odiados periodistas. Su Presidencia ha sido, sin duda, un gran reality show: el de un cavernícola al frente de una de las oficinas más poderosas del planeta.

                Twitter: @leozuckermann

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