Soy de una generación a la que todavía le tocó vivir en un régimen autoritario. No había democracia en México. Un solo partido político gobernaba el país entero. No existían pesos y contrapesos al poder presidencial. Las libertades estaban restringidas. La gran mayoría de los medios de comunicación sólo informaban la versión oficial que salía de las oficinas gubernamentales.

Pero también me tocó ver la transición a la democracia. Un lento proceso que comenzó con las protestas estudiantiles de 1968.

El régimen autoritario priista se fue abriendo paulatinamente. Empezaron a aparecer opciones opositoras. Poco a poco, soplaron aires de libertad.

Viví de cerca las elecciones presidenciales de 1988. El PRI, por primera vez en décadas, llegó dividido. Un grupo importante del ala izquierda se había salido del partido oficial y aliado con otras fuerzas progresistas. La candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas desafió en serio la del aspirante priista, Carlos Salinas, elegido a la vieja usanza de un dedazo presidencial. Fue una elección muy sucia donde acabó imponiéndose la poderosa maquinaria del PRI-gobierno.

En 1989 atestigüé la primera victoria de la oposición de una gubernatura. Vi cómo el panista Ernesto Ruffo le ganó a la priista Margarita Ortega en Baja California. Ese día histórico, los priistas todavía andaban con ganas de robarse la elección. No pudieron gracias a la movilización social de los bajacalifornianos. El presidente Salinas tuvo que aceptar la derrota. El dirigente del PRI, Luis Donaldo Colosio, la reconoció.

En los noventa vinieron una serie de reformas electorales. El PRI estuvo dispuesto a negociar con la oposición. El pacto de las distintas fuerzas políticas llevó a la fundación del Instituto Federal Electoral (IFE), encargado de organizar las elecciones expidiendo credenciales para votar con fotografía y sorteando a los funcionarios de las casillas entre la ciudadanía.

En 1997, el PRI perdió, por primera vez en su historia, la mayoría en la Cámara de Diputados. Cuauhtémoc Cárdenas se convirtió en el jefe de Gobierno del Distrito Federal. Tres años después vendría la alternancia. Vicente Fox ganó los comicios presidenciales y, en un acto de gran civilidad política, tanto el presidente Zedillo como el candidato derrotado, Francisco Labastida, reconocieron la derrota del PRI.

Ya en el nuevo siglo, comencé a trabajar como comentarista en los medios de comunicación. Se respiraban aires de democracia y libertad. Sí, nuestro régimen político tenía muchísimos problemas, pero era muy superior al autoritario de antes.

Desgraciadamente, en 2006 reaparecieron las fuerzas reaccionarias, intolerantes y autoritarias que nunca han creído en la democracia liberal como el mejor régimen político para un país. Ese año no ganaron las elecciones y desconocieron el resultado alegando un fraude que nunca probaron.

Fue hasta 2018 que la reacción autoritaria ganó la elección. A pesar de ser los beneficiarios de la democracia liberal, hoy pretenden desmantelarla. Es una vieja historia que se ha visto en muchos lugares.

Por desgracia, estos años hemos visto el retorno de una hegemonía política, ahora bajo el partido Morena, y la reconcentración del poder en la figura del presidente López Obrador.

No obstante, algunas instituciones han resistido la intención de desmantelarlas con el fin de fortalecer el poder presidencial. Una de ellas, actor fundamental en la transición a la democracia, es el Instituto Nacional Electoral (antes IFE). El pasado 13 de noviembre, miles de ciudadanos marchamos en diversas ciudades del país para protestar en contra del intento del gobierno lopezobradorista de debilitar a los árbitros electorales reformando la Constitución.

Por fortuna, esta reforma no obtuvo los votos en el Congreso. Pero el Presidente ordenó un plan B: “Destazar” (palabras del secretario de Gobernación) al INE por medio de reformas a leyes secundarias, aunque sean inconstitucionales (reconocido esto por el propio líder de Morena en el Senado, Ricardo Monreal).

Estará en manos de la Suprema Corte de Justicia detener la inconstitucionalidad del plan B. Por eso, es muy importante que la ciudadanía enseñe de nuevo su músculo rechazando este intento de concentración del poder por parte de la camarilla retrógrada, intolerante y autoritaria que hoy gobierna a México.

Yo viví en un régimen autoritario. Yo atestigüé el tiempo, dinero y esfuerzo que significó la transición a la democracia liberal. Yo no estoy dispuesto a tirar toda esa lucha de décadas por la borda para acabar viviendo de nuevo en un autoritarismo. Por eso, cuenten conmigo el domingo en el Zócalo capitalino.

 

Twitter: @leozuckermann

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