El domingo que viene se llevará a cabo la consulta popular de la revocación de mandato. No voy a participar porque estaré lejos de mi casilla de vacaciones. Pero, si estuviera, tampoco asistiría. Explico por qué.

No me parece correcto ir a votar para validar un esperpento institucional. Mucho se habla de la revocación del próximo domingo, pero no se toma en cuenta que este tipo de consulta popular quedó en la Constitución, así que aplicará a los próximos presidentes.

El domingo, todos los sabemos, y quien lo dude estoy dispuesto a apostar otorgando un momio muy favorable de cien a uno, ganará, y por mucho, la opción que se quede López Obrador hasta el final de su mandato. Perfecto. Yo también quiero que permanezca porque la opción, es decir que se vaya, es una pesadilla monumental.

La persona que terminaría su mandato sería elegida por una mayoría absoluta del Congreso (50% más uno) donde, obligatoriamente, tendrían que estar presentes por lo menos dos terceras partes de los legisladores. Esto le da un poder inmenso a la oposición. En la práctica, podrían impedir el quórum evitando que se elija al sustituto.

Por tanto, tendría que haber una negociación de las fuerzas del gobierno con los de la oposición. Los primeros dirían que les toca poner al sustituto porque ellos habían ganado la elección presidencial y el Ejecutivo estaba en su poder. Los segundos argumentarían que el pueblo votó mayoritariamente por cambiarlo, así que, como opositores, les tocaría a ellos nombrar al reemplazante.

En el ir y venir de la negociación, lo que seguramente quedaría es un presidentito de compromiso entre las fuerzas del gobierno y la oposición. Un mini Ejecutivo que no podría hacer nada durante los dos años restantes, sujeto a los caprichos del Congreso.

De esta forma, se iría un Presidente electo en las urnas y quedaría un liliputiense en Palacio Nacional. Serían dos años de terror en que el país estaría a la deriva política.

No va a ocurrir con este Presidente. Pero, ¿y los próximos?

Sobre ellos penderán, desde el primer día de su mandato, la espada de Damocles de la revocación. En este sentido, estarán pensando cotidianamente qué hacer para evitar que no los quiten tres años y medio después de tomar posesión. Esto incentivará a que los Ejecutivos tomen decisiones populares, no necesariamente las mejores y más responsables que el país requiera.

Imaginemos, por ejemplo, si hubiera existido la revocación del mandato en el sexenio de Ernesto Zedillo. ¿Habría tomado este Presidente las durísimas medidas que decidió para salir rápido de la crisis económica en 1995 con el riesgo que lo sacaran a patadas de la Presidencia en 1998?

Yo estoy convencido: la revocación es un esperpento institucional por donde se vea.

La idea de este tipo de ejercicios la tuvo Hugo Chávez en Venezuela con el fin de ganar más votos que los que obtuvo cuando lo eligieron Presidente. En 1998 obtuvo tres millones 673 mil votos equivalentes al 56%. En 2004, en la revocación, subió a cinco millones 800 mil votos, el 59%. Lo mismo Evo Morales en Bolivia a quien le fue mejor. Triunfó en la elección presidencial en 2005 con un millón 544 votos, el 54 por ciento. En la revocación de mandato de 2008 obtuvo dos millones 103 mil sufragios, el 67 por ciento. En ambos casos, la revocación se convirtió en prólogo para modificar la Constitución y permitir la reelección de estos mandatarios.

No será el caso de México. El domingo, el presidente López Obrador no obtendrá más votos que los que consiguió en 2018 (treinta millones 113 mil, equivalentes al 53 por ciento). Tampoco este ejercicio se convertirá, creo, en preámbulo para su posible reelección. Será más bien una consulta con el fin de demostrar el músculo electoral de su movimiento y, más importante aún, una manera para vulnerar a las instituciones electoral, tanto al INE como al TEPJF.

No se me antoja participar en una consulta que, por un lado, es un esperpento institucional que no tiene ni pies ni cabeza y, por el otro, se convirtió en un mecanismo para golpear a las instituciones que han permitido que haya democracia en este país a diferencia del pasado. Y a mí sí me tocó vivir en ese autoritarismo donde las libertades ciudadanas estaban restringidas.

Desde 1985, cuando me dieron mi primera credencial para votar, siempre he ido feliz a votar. Incluso en los tiempos cuando el PRI ganaba todas las elecciones. En esta ocasión, sin embargo, no se me antoja ir y legitimar algo que no me gusta nada: una revocación pésimamente mal diseñada, que no le conviene al país y que se está utilizando para atacar a las instituciones electorales.

 

  •  VACACIONES

El autor de esta columna tomará unas vacaciones por lo que Juegos de poder se publicará de nuevo el 25 de abril.

 

Twitter: @leozuckermann

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