Mientras evoco sitios medievales, no deja de ser contradictorio que la condición que hoy les da cierta aura para atraer prosperidad y visitantes es su muralla o los vestigios de ésta. Qué paradójico resulta ver que aquello que se erigió para separar, hoy sea una fuente de magnetismo y generación de valor. Vemos con asombro la belleza de la mayoría de los lugares fortificados, espacios que conservan elevados muros almenados, rodeados de obstáculos hechos por el hombre o infranqueables barreras naturales. De las fosas perimetrales a los linderos escarpados, la intención humana ha sido defenderse contra potenciales agresores. Así nació París.

De Kotor, en Montenegro, encanta cruzar la ciudad amurallada e imaginar la vida medieval cuando salir del resguardo era exponerse a peligros inminentes; afuera están los otros, siempre los otros, los diferentes, los que anhelan vivir como nosotros, construir prosperidad para ellos (en el mejor de los casos) si no es que quieren entrar a destruirnos. A tan sólo unos kilómetros de Lisboa está Óbidos, un villorrio de casas entejadas, muros blancos con buganvilias y callejuelas de piedra; se parece a tantos pueblitos mexicanos, la diferencia es que está dentro de un polígono amurallado en lo alto de un cerro y conserva un castillo, su contexto medieval es la fuente de su subsistencia, miles de turistas cruzan su muralla y toman licor de ginja.

Estos sitios fueron un nos-otros y ahora son un nosotros. Nos era «yo y los que conmigo se asocian, nosotros». El temor a los otros escindió la raíz de palabra. Las murallas y las barreras son parte de la historia del ser humano, responden a uno de los motivadores más grandes, el miedo. Estos días he escuchado muchas manifestaciones sobre el negro futuro que nos espera luego de una nueva edición por venir de murallas y barreras por parte de nuestro vecino del norte. Pero también he escuchado voces de optimismo que invitan a sacar lo mejor de nosotros y a adaptarnos a las nuevas reglas del juego, o al nuevo juego. Ningún muro evita ver el cielo estrellado.

Ciertamente la buena vibra y la energía que proyectemos son componentes necesarios para enfrentar el futuro, pero habrá que recordarle al presidente Peña aquello de «las cosas no se dicen, se hacen, porque al hacerlas se dicen solas». Es difícil arengar a la buena vibra y a una mejor patria cuando en tus narices se te escapa el priista veracruzano Duarte, en su momento, modelo de una nueva clase política para nuestro mandatario. Es complicado proyectar buena energía cuando, en un acto de cinismo extremo, los diputados recortan el gasto en sectores prioritarios y se lo aumentan ellos. Sin hechos contundentes, el esotérico talismán al que parece aludir el Presidente no será sino otro eslabón más en la pesada cadena que lo sumirá en el juicio de la historia.

Un muro fronterizo es una mala respuesta a una buena pregunta. Nadie le construye muros a su fuente de beneficios (varias de las promesas de Trump son un disparo en el pie). No hay lealtad a las marcas sino a los beneficios que éstas representan. Cuando los demás te ven caro, lo que tienes que hacer es elevar tu valor. El próximo gobierno de la República (a éste me parece iluso pedírselo) deberá contemplar una estrategia de Estado para elevar el valor de México y de los mexicanos en Estados Unidos pero también en el mundo. A mayor valor percibido, mayor respeto. En la generación de resiliencia debemos encontrar las claves para pasar del dicho al hecho.

El único temor que debe preocuparnos es a nada más tener temor.

Las murallas son necesarias porque hay enemigos, los enemigos son necesarios porque somos humanos. En Construir al enemigo, Umberto Eco escribió: «Tener un enemigo es importante no sólo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encararlo, nuestro valor. Por lo tanto, cuando el enemigo no existe, es preciso construirlo». Aquí radica una de las claves del triunfo de Trump, y del impulso de líderes mesiánicos, pero también de la oportunidad que nos aguarda.

Viene a mi mente el Dale Carnegie que tanto marcó mi juventud: «Y al mirar hacia afuera los dos presos, uno vio lodo, pero el otro estrellas». Escojo esa lejanía.

@eduardo_caccia

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