Leía la nueva novela de Dina Greenberg (Universidad de Pennsylvania), amiga mía, rotulada Nermina’s Chance[1] (1), y “pari passu”, o paralelamente, leía Cuatro historiadores de Indias, un tomito del magno historiador Edmundo O’Gorman, que nació en los mismos andurriales políticos en que nací yo, a saber, en México, y una revelación antropológica me mostró la naturaleza de la obra de la supradicha escritora: es un libro de raigambre judía, es decir, debe ser evaluado, según el poeta Yehuda Amichai[2] (2), no histórica o arqueológicamente, sino geológicamente, o sea, con ojos de naturalista.

La disciplina aristotélica exige que al hablar de algo tratemos de averiguar el género de dicho algo, y su esencia, sus propiedades y accidentes. Emprendamos la averiguación mediante comparaciones bibliográficas. O’Gorman, glosando el famoso mamotreto histórico de Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, “primer gran cronista de Indias”, es decir, de la famosa nueva geología que se llamó América, nos recuerda la idiosincrasia de España, que tuvo por misión primordial materializar los erasmistas y abstractos afanes de Carlos V, es decir, afanes de universalización, que abrigan los de asimilación política y religiosa, que exigen los de analogía naturalista, que llevan al estilismo lingüístico, materia del pavés de la arrogancia patriota.

O’Gorman explana la cosmovisión de la vieja y dorada España así: “Se trata en realidad de una visión mesiánica de la historia, fundada en la inquebrantable fe que algunos españoles tenían en el destino providencial de su pueblo como el elegido por Dios para implantar la monarquía universal católica hasta la consumación de los tiempos”[3] (3). Y pues he escrutado durante muchos años los libros de Américo Castro y de don Marcelino Menéndez y Pelayo, recordé que la pasión religiosa de España fue y tal vez aún es sustentada por la pasión (“fiery lava”) religiosa de los judíos, que se han bifurcado (“rifts”) aquende y allende y desarrollado en dos ramas (“strata”), según mis observaciones sociológicas: una es la rama de las víctimas, que se ciñe de cosmopolitismo (plegadiza), y otra la de los conquistadores, que se viste de universalismo (expansiva).

Aventuro la siguiente tesis: que es deseo natural, instintivo en todo universalista y cosmopolita, el describir con minucia y en demasía, es decir, hilvanar cosas con el transparente hilo del panteísmo. No cometeré el típico vicio deíctico de los reseñistas de libros, error consistente en decir al lector lo que el lector mismo leerá en el libro que se reseña. Lo que conviene, creo, es señalar sin fatigar vista y memoria el ligamen abstracto, sea genérico o esencial, sea de meras propiedades o accidentes, que une el nuevo libro de Greenberg a la tradición judía, tradición que por avatares diaspóricos está entre las más universalistas y cosmopolitas. ¿No dice el libro del Génesis “errante y extranjero serás en la tierra”?

Nermina, la protagonista de la bien labrada novela de Greenberg, padece los estragos de la guerra, y pregunta si los tales son producto de algún nacionalismo real, cimentado racionalmente[4] (4), o son de la humana necedad, que transforma los credos metafísicos en coloridas banderas y las lenguas en dioses. En el cap. 3 se lanza la siguiente pregunta sencilla, y por tanto, filosófica: “Was it patriotism or pure stubbornness that had allowed him to remain optimistic for so long?”. ¿Peleamos políticamente por una patria real o peleamos por lo que los antepasados opinaban que era una patria? Los sufrimientos, las iras, las animadversiones de los antepasados, que antaño fueron traumas verdaderos, se heredan, y tales herencias, al perpetuarse, se llaman “traumas intergeneracionales”, que Greenberg expresa entreverando varios registros del inglés.

El narrador, o Nermina, o la judeidad de Greenberg, narra y describe con minucia paisajes, ambientes (el famoso “genius loci”), y lo hace como quien siempre tiene delante novedades y prodigios, es decir, como un perenne extranjero, viajero, foráneo, etc. ¿Por qué? Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, al pergeñar la Historia general y natural de las Indias, pensaba que conocer y describir las bagatelas e ingentes cosas de la naturaleza, creada por Dios, es conocer a Dios, y por tanto es obligación metafísica deleitarse en pintar con la péñola cada extrañeza que se columbra.

El narrador de Greenberg, aquí y allá, en Europa, en América, en soltería, en maternidad, describe con agudo tesón, y parece que detrás de las formas accidentales de los objetos afana algo substancial, un dios, que le permita no tenerse por extranjero. Tamaño “trauma sociológico” es explicado por Hannah Arendt. Decía Arendt que los judíos eran judíos (entiéndase “extraños”) en Alemania, pero alemanes, o “boches”, en Francia, y refugiados en América[5] (5). No se me oculta tamaño resentimiento, pues en México soy sólo una aparentemente multimillonaria nariz con hebreos versos. Ignoro si el prurito descriptivo es esencia de la literatura judía. Será, acaso, mera propiedad.

Hannah Arendt sostiene que la “inteligencia desinteresada”, el “humor”, la “humanidad” y el buen “corazón” son cualidades principales de los judíos, y tales adjetivos, además de encajar en Nermina, me recuerdan otro librillo, uno del argento Alberto Gerchunoff, que dice que los personajes femeninos de Cervantes son “mujeres de fantasía”, y que, por ejemplo, “Doña Dulcinea del Toboso tiene la configuración de todas las mujeres que hablaron y hablan a la imaginación de los hombres”[6] (6). ¿Qué mujer es menester en una sociedad diaspórica, como la cosmopolita judía, o en una universalista, como la española o la inglesa, que son conquistadoras de nuevas tierras? Una “viva, plegadiza y plástica”, dice Gerchunoff, o en palabras de Arendt, una frugal, bienhumorada, bondadosa… como Nermina.

Nermina, por doquier, vive según ideales, es decir, libremente. Nermina entiende italiano, inglés, francés, es decir, capaz es de plegarse a las voces de la multípara realidad. Nermina, en fin, es médico. Nermina’s Chance, en suma, es testimonio de guerra harto útil para el lector que afana conocer la psicología de todo refugiado, de todo inmigrante, de todo recién llegado[7] (7). Greenberg, en el primer capítulo, muestra su raigambre judía, pues lanza una sentencia que parece provenir de algún miembro de las caravanas de Moisés o de algún beduino burlador de romanos: “Their driver, a grim man who could be twenty-five or fifty, had told them that traveling through the mountains on unmarked roads is the only way (…). Mis parabienes literarios para Dina Greenberg.-

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[1] Greenberg, Dina, Nermina’s Chance, Atmosphere Press, 2021.

[2] El poeta citado, en sus versos denominados The Jews, dice: “The Jews are not a historical people/ And not even an archeological people, the Jews/ Are a geological people with rifts/ And collapses and strata and fiery lava./ Their history must be measured/ On a different scale”.

[3] O’Gorman, Edmundo, Cuatro historiadores de Indias, Alianza Editorial Mexicana, México, D.F., 1989.

[4] En la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América Thomas Jefferson dispensa una premisa que justifica racionalmente las separaciones, uniones, alianzas o guerras de países. Dice: “When in the Course of human events, it becomes necessary for one people to dissolve the political bands which have connected them with another, and to assume, among the Powers of the earth, the separate and equal station to which the Laws of Nature and of Nature’s God entitle them, a decent respect to the opinions of mankind requires that they should declare the causes which impel them to the separation”. Greenberg esgrime constantes descripciones líricas y dramáticas, y con ellas causa que los lectores pensemos que los acontecimientos bélicos son nimiedades deslindadas de las “leyes de naturaleza” y de Dios.

[5] Ver We Refugees, en “The Jewish Writings” (Schocken Books, New York, 2007).

[6] Gerchunoff, Alberto, Retorno a don Quijote, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1951.

[7] El libro de Greenberg no es ni tan brutal como Four Hours in Shatila, de Jean Genet, ni una mera crónica histórica pergeñada por eruditos más amigos de la pluma que de la espada.

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