Hace unos días nos enteramos con tristeza de la muerte de más de 150 personas en Seúl, Corea, una noche sabatina mientras festejaban el Halloween. La mayoría de los reportes noticiosos refirió una estampida en la que cientos de personas fueron aplastadas por la multitud sin control. Una mirada desde otro ángulo permite una perspectiva diferente y encierra, como en casi todas las tragedias, importantes lecciones a considerar, sobre todo después de la pandemia de Covid-19, cuando la gente, reprimida por meses, está ansiosa de salir y abarrotar eventos.

Lo primero que hay que decir es que existen disciplinas científicas que estudian el comportamiento de las multitudes, con fines de evitar tragedias como las de Corea. El manejo de multitudes es una especialidad que (especulo) raramente se ejerce por nuestras autoridades, particularmente las municipales, quienes son las encargadas desde dar los permisos para un evento masivo hasta de intervenir en casos de algún desorden o siniestro. Saber aspectos básicos que son del dominio de expertos nos puede ayudar.

Itaewon es un barrio en el centro de Seúl, y como suele ser en los lugares históricos, un sitio de callejones estrechos, propicios para el tránsito peatonal, el comercio y el bullicio nocturno. Una concentración de personas fuera de lo habitual y la falta de previsión de las autoridades son el ingrediente inicial para la desgracia. Aunque los encabezados hablan de «estampida» y «avalancha» (y uno se imagina a la multitud en tropel pisoteando gente y todo lo que esté a su paso), se trató de un fenómeno que los especialistas explican usando una metáfora del mundo de la física. Hablemos de la dinámica de las masas. La gente es el equivalente a partículas en estado gaseoso que pueden moverse libremente. Cuando se congrega más y más gente en un mismo espacio, la condensación hace que la gente «pase de estado gaseoso a estado líquido», es decir que, si estamos ahí adentro, nos volvemos sensibles a las olas de movimiento que (como en el agua) viajan a través de la gente. Ahí es cuando la concentración masiva es peligrosa.

No se necesita una multitud en estampida o gente actuando desenfrenadamente para iniciar un desastre y provocar la muerte. Se requieren pequeños empujones, la mayoría accidentales, que se generan en los extremos por parte de quienes pretenden avanzar, pero no pueden darse cuenta de que los del otro extremo no pueden moverse porque el espacio se los impide. Este vaivén humano es tan fuerte y con tanta presión (se estiman 7 individuos por metro cuadrado, y recordemos que presión es igual a fuerza sobre área) que literalmente asfixia a las personas, cuando quieres jalar aire, no puedes, la gente te oprime en todas direcciones. Una muerte vertical, lenta y espantosa. Por supuesto que se pierde el control; ante la inminencia de muerte, actúa el instinto «pelea o vuela», se dispara la adrenalina, el ritmo cardiaco, se hiperventila y llega el pánico.

Culpar a la multitud es la salida fácil. Usualmente estos eventos son consecuencia de las condiciones del lugar y de la falta de prevención o actuación de las autoridades o de quienes organizan los eventos. Se requiere muy poco para que una multitud se salga de control y, una vez en ese estado, es prácticamente incontrolable. Haber quitado las rejas que separan las tribunas del campo de futbol en los estadios es un acierto que permite que el espacio no sea causal de apretujones mortales.

Para evitar este tipo de eventos se requiere de expertos que sepan prever, bajo el contexto del evento, los movimientos, la velocidad y las circunstancias en las cuales una multitud querrá moverse. Algo así como prever el flujo del agua. Pedir a la gente que guarde la calma es insuficiente. La capacidad para informar adecuadamente a la gente es también un factor crítico y, por supuesto, nunca será innecesario tener en cuenta que los simulacros funcionan, entrenan a las personas en caso de que sea necesario un determinado comportamiento. En la Ciudad de México, particularmente, ya ensayamos con los sismos, aun así, consideramos exagerado que un elevador diga «máximo 5 personas».

En Seúl, ni estampida, ni avalancha; un simple empujón. Una prueba más de que un pequeño cambio provoca efectos mayores.

@eduardo_caccia

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