Estamos en medio de la peor crisis mundial de refugiados de la historia. Una crisis que nos deja números abrumadores, enormes retos para los países y comunidades afectadas, por no hablar de la incalculable miseria, pero también esperanza.

Según las Naciones Unidas, más de 65 millones de personas están desplazadas de sus hogares. Esto es el equivalente a la población de Reino Unido o Francia. Poco más de un tercio son refugiados, personas obligadas a huir a causa de la persecución, la guerra o la violencia.

Los niños se ven desproporcionadamente afectados: más de la mitad de los refugiados son menores de 18 años.

 Y cada día la cifra aumenta: se podrían llenar unos 630 autobuses escolares con las personas obligadas a abandonar sus hogares cada día.

La guerra es un factor importante. Más de la mitad de los refugiados provienen de tres países en guerra: Siria, Afganistán y Somalia, según la ONU.

 Otros muchos huyen de la hambruna o la persecución. El hambre acecha a millones en África. Y en Myanmar hay cerca de un millón de rohinyás, grupo étnico musulmán considerado como una de las minorías más perseguidas del mundo, que dicen que sufren cada vez más ataques.
Algunos buscan refugio en el primer lugar seguro que encuentran. Otros arriesgan sus vidas con la esperanza de encontrar una vida mejor en un lugar nuevo.

 

Los países en desarrollo albergan el mayor número de refugiados. Sólo el 1% de los refugiados son reubicados en un solo año. 37 naciones, mayormente ricas, trabajan con la ONU para reasentar a los refugiados. 150.000 fueron reubicados en nuevos hogares en 2016.

Muchas familias se ven obligadas a dejar sus hogares y todo lo demás atrás. La marea humana es bienvenida por unos, pero rechazada por otros. Y la clave: los números no muestran signos de reducción.

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