Las crisis económicas suelen resaltar las desigualdades entre las personas que las viven. Subrayan las diferentes capacidades que las personas tienen para sobrellevar dificultades, y frecuentemente amplían brechas preexistentes en las sociedades. El periodo de presiones inflacionarias por el que estamos pasando actualmente no es la excepción: el golpe sobre el poder adquisitivo de los mexicanos ha sido más marcado en los bolsillos de quienes tienen menores recursos. Aquellos y aquellas con menores ingresos tienen menos margen de maniobra, menos posibilidades para ajustar sus gastos y seguir adquiriendo bienes y servicios básicos sin tener que sacrificar demasiado. La inflación nos afecta a todos, pero tiene impactos diferentes para cada uno, dependiendo de nuestras condiciones sociales, económicas, y sí, de género.

Desde este último punto de vista, la inflación parecería -a primera vista- no mostrar demasiadas diferencias. Todas y todos necesitamos tomar agua, comer algún tipo de proteína, o darnos un lujo de pan dulce de vez en cuando. A mexicanas y mexicanos nos duele que, aunque el verano pasado hacer guacamole podía costar $30 pesos, hoy cuesta $47.

Sin embargo, la posición desde la cual enfrentamos los niveles de inflación más altos en 22 años no es la misma. Mientras que los hombres ganan alrededor de $9 mil 53 pesos al mes en ingresos laborales, las mujeres reciben, en promedio, solo $7 mil 827 (es decir, 14% menos). Por cada $100 pesos que un consumidor tiene para gastar en productos cada vez más caros, una consumidora tiene $86.

En el último año, esta brecha se ha ampliado, aunque ligeramente, gracias a que los ingresos de los trabajadores han crecido más rápido que los de las trabajadoras. Entre el segundo trimestre de 2021 y el de 2022, los ingresos laborales de los hombres aumentaron 7.99% (precisamente la tasa de inflación al cierre de junio), mientras que los de las mujeres tuvieron un incremento de 7.26%, insuficiente para compensar la inflación anual. Estas disparidades se reflejan también en un menor poder adquisitivo para los hogares cuyas jefas del hogar son mujeres, donde además los ingresos se redujeron entre el primer y segundo trimestre de este año.

En consecuencia, las mujeres, con un poder adquisitivo menor, tienen menores posibilidades para ajustar su canasta de consumo, y se enfrentan a una mayor probabilidad de tener que sacrificar compras necesarias para el bienestar social. Es imposible, por ejemplo, dejar de gastar en alimentos y bebidas, pero sí es posible dejar de gastar en libros o útiles escolares, equipos de comunicación (móviles, computadoras, etc…) que permitan un mayor acceso a información, o en servicios de cuidado infantil que faciliten la integración de las mujeres al mercado laboral.

Poco a poco, la inflación va orillando a los hogares de menores recursos -incluyendo aquellos con jefas de familia- a sacrificar bienes y servicios necesarios para generar una mayor movilidad social y un mejor futuro para sus miembros más jóvenes. Comprender esto es comprender que la inflación elevada no solo afecta el poder de compra actual de las personas, sino también sus oportunidades en el presente y en el futuro.

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