A partir de la reforma constitucional a la fracción X del artículo 89 en 1988, la política exterior de nuestro país quedó suscrita a una serie de principios normativos: la autodeterminación de los pueblos; la no intervención; la solución pacífica de controversias; la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales; la igualdad jurídica de los Estados; la cooperación internacional para el desarrollo; y la lucha por la paz y la seguridad internacionales

Para quienes preguntan el motivo por el cual el presidente, per se, a través del canciller o del embajador ante la ONU, no emite un posicionamiento condenando el intervencionismo ruso en territorio ucraniano, la razón va más allá de una simple afinidad política. Nuestra Carta Magna es muy clara: no podemos. Como país, estamos imposibilitados para fijar una postura a favor de un bando o de otro.

Nada fácil ha sido la agenda de Marcelo Ebrard en estos días. Pues, más allá de las implicaciones económico-comerciales que pueda tener México derivado de dicho conflicto bélico, el canciller ha tenido que lidiar con las declaraciones de su jefe, el presidente, quien, a tambor batiente, ha externado una serie de vituperios que afectan nuestras relaciones con Panamá, España, Estados Unidos, Austria, además de la OEA y, recientemente, la Unión Europea.

Con Panamá, el embate fue por la designación de nuestro representante oficial en dicho país. Con el reino español ha revivido la vieja rencilla que dejó La conquista y el periodo virreinal. Mientras, por otro lado, continúa exigiendo a Austria la devolución del penacho de Moctezuma II Xocoyotzin, el tlatoani mexica que gobernara en el siglo XVI.

Inconforme con las fricciones internacionales que han generado sus declaraciones, Andrés Manuel ahora emprendió una cruzada contra los parlamentarios de la Unión Europea. Los llamó “borregos”. En una intentona por “dignificar” nuestro discurso en el concierto internacional, el presidente ha dejado, una vez más, la víbora chillando. Así, además de poner en riesgo las renegociaciones del Tratado de Libre Comercio entre México y la Unión Europea, parece que el verdadero objetivo de AMLO es descarrilar a su secretario de Relaciones Exteriores.

La historia de Marcelo y Andrés Manuel se ha tejido al amparo del poder capitalino, donde el primero sucedió al segundo; antes, el entonces presidente Vicente Fox decidió remover a Ebrard de la Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México, que gobernaba Obrador.

Hoy, el “compló” se teje desde Palacio Nacional. El descarrilamiento de Marcelo es el propósito que ha emprendido López Obrador, y no tiene más armas para detener a Marcelo, por eso recurre a actitudes incendiarias, mientras procura a su pre-precandidata, quien, con todo y el apoyo presidencial, no más no prende.

Tal es el freno que el señor López quiere imponer a Ebrard que hasta envió a su esposa, sin méritos ni credenciales, como representante de México ante los gobiernos de Chile y Argentina. La primera dama haciendo las labores de canciller, secretaria de Cultura y, peor aún, de jefe de Estado. ¡Eso sí que no lo tuvo ni Marta!

Lo que me extraña de Marcelo es su aparente ingenuidad, ya que parece que ya olvidó cómo sacaron de la jugada presidencial a su maestro Manuel Camacho Solís, y como se la aplicó el propio López Obrador, cuando declinó para favorecer la candidatura del actual presidente de México.

Post scriptum“Tras la conducta de cada uno depende el destino de todos”, Alejandro Magno.

* El autor es doctorando en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).

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