México tiene una de las democracias más caras del planeta. Los altos y crecientes costos se explican por la desconfianza entre los jugadores. Para lograr la transición democrática, se edificó un complejo y sobre regulado sistema que, a la postre, permitió que la oposición ganara el poder al régimen autoritario priista. Cuando la alternancia se dio en 2000, las instituciones electorales continuaron reformándose para introducir más y más regulaciones porque las oposiciones seguían desconfiando. Creían que no existía, todavía, piso parejo en la competencia. Cada nuevo proceso electoral presidencial, se reformaba la ley para meter más y más reglas. Así llegamos a la situación actual de uno de los sistemas electorales más caros del mundo.

La tradición electoral dictaba que los perdedores de los comicios llevaban mano para reformar y corregir lo que, según ellos, no les había permitido ganar. El partido mayoritario generalmente accedía a los pedidos de las minorías opositoras. Se llegaba a un acuerdo que permitía continuar con el juego democrático. La consecuencia fue una costosa híperregulación del sistema electoral.

Ahora, la fuerza mayoritaria (Morena) es la que está promoviendo una nueva reforma. Las verdaderas oposiciones minoritarias están tan fragmentadas y debilitadas que corremos el riesgo de que, por primera vez desde los noventas, el partido mayoritario imponga los cambios.

Morena y el presidente Andrés Manuel López Obrador tienen razón: tenemos un sistema electoral muy caro. Se les olvida, sin embargo, que ese sistema hizo posible que hoy tengan una histórica fuerza federal, estatal y municipal. Como nunca, estos últimos tres años hemos visto alternancias en los tres niveles de gobierno, tanto en los ejecutivos como en los legislativos.

Dice Morena que llegó el tiempo de cambiar el sistema electoral para abaratarlo. El argumento es impecable si se toma en cuenta el costo actual y la austeridad que está promoviendo AMLO. Se habla, por ejemplo, de encargarle la organización de todos los comicios al Instituto Nacional Electoral (INE) desapareciendo los organismos públicos locales (Oples) encargados, hoy, de organizar las elecciones estatales y municipales. Se habla de achicar y hasta desaparecer el Consejo General del INE para convertir esta institución en un órgano más ejecutivo que político.

En lo personal, y así lo he escrito, no me parece mal achicar el Consejo General del INE. Desaparecerlo es una medida regresiva y autoritaria que sólo beneficiaría a Morena que, con su mayoría en el Congreso, podría imponer a los directores de las 32 juntas estatales y 300 distritales del INE.

En cuanto a desaparecer los Oples, también he dicho que sería una buena idea. Mi amigo, el consejero Benito Nacif, piensa lo contrario. Tiene un argumento contundente: con el sistema actual de convivencia entre el INE y los Oples se han dado los mayores niveles de alternancia política a nivel federal y estatal de nuestra historia.

Benito considera que, si van a desaparecer los Oples, es necesario complementarlo con otras medidas. Una de ellas, también propuesta por Lorenzo Córdova, presidente del INE, es la utilización de urnas electrónicas. Como parte de la desconfianza entre los jugadores, en México seguimos votando como en el siglo XIX, con papel y crayón, lo que encarece enormemente los costos.
La pregunta es si estamos listos para tener elecciones con voto electrónico como en India o Brasil.

Podríamos pasarnos jornadas enteras debatiéndolo. Al final, creo, regresaríamos al tema de la desconfianza de lo jugadores y su actitud con respecto a los resultados finales. Si hay un jugador, como lo hemos tenido a lo largo de estos años, que nunca ha aceptado una derrota (me refiero a López Obrador, antes con el PRD y ahora con Morena), podríamos tener el mejor sistema del mundo, en papel o electrónico, y, sin embargo, nunca superaríamos el tema de un supuesto fraude electoral.

Ahí está, me parece, el meollo del tema. Sí, tenemos un sistema caro. Sí, es posible abaratarlo, pero nuestro régimen electoral todavía tiene que pasar por una prueba más para consolidarse y permitir la desregulación y abaratamiento de las instituciones: que el partido de AMLO pierda elecciones y reconozca su derrota en lugar de argumentar “fraude”. Eso no ha ocurrido. Ésa es la gran prueba que todavía tiene que superar la democracia mexicana. Morena y AMLO pueden proponer mil y una cosas en materia electoral, pero la gran reforma que requerimos es que ellos hagan algo que nunca han hecho: ser buenos perdedores y levantarles la mano a los vencedores.

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