Parece que el espíritu aristotélico ha invadido Palacio Nacional, por lo menos después de la megamanifestación del domingo. López Obrador y sus acólitos han procedido a construir un aparente silogismo que no es nada más que un simple sofisma. Pero, como suele suceder con este tipo de recursos retóricos y lógicos, pueden revertirse contra sus autores o por lo menos ponerlos en evidencia.

Ilustración: Alberto Caudillo
Ilustración: Alberto Caudillo

La tesis oficial es muy simple. Varios de los llamados convocantes (yo no fui uno de ellos, sólo hice un video, pero me da un enorme gusto que la manifestación haya sido multitudinaria) tuvieron algún tipo de cercanía burocrática o conceptual con los gobiernos de Fox, Calderón y Peña Nieto. Primera premisa: García Luna trabajó —en un puesto muy menor— en el sexenio de Fox, en el gabinete de Calderón, y logró jugosos contratos con el de Peña Nieto (por cierto, el aliado incondicional y perenne ya de López Obrador). Segunda premisa: García Luna fue condenado como narcotraficante por un jurado de Nueva York que se basó en testimonios verbales, sin evidencia objetiva o material. Conclusión: los convocantes y participantes en la marcha son amigos, colegas, cómplices, compañeros de ruta de García Luna.

Más allá de la imbecilidad de este tipo de razonamiento, hay una parte que reviste una extrema debilidad. García Luna sí fue condenado por el jurado de Brooklyn, que se basó exclusivamente —porque no había más pruebas— en los testimonios de exnarcos convertidos en testigos protegidos. Uno de ellos, entre los más importantes, fue el llamado “Rey” Zambada. Fue el único testigo que dijo que él personalmente le había entregado dinero a García Luna. Por eso los fiscales reservaron su comparecencia hasta el final. Fue, sin duda, un testimonio decisivo para el jurado, al momento de votar y hallar culpable a García Luna.

El problema es que el Rey Zambada en tres ocasiones —en sus intercambios con las autoridades cuando se declaró testigo protegido, en el juicio del Chapo, y ahora en el de García Luna— también dijo que había entregado 7 millones de dólares a Gabriel Regino, subsecretario de Seguridad Pública de Marcelo Ebrard, jefe de la policía de López Obrador cuando era regente de la ciudad. Entonces nos encontramos ante un nuevo dilema de lógica elemental.

Si el testimonio del Rey Zambada fue clave para condenar a García Luna, es decir, si lo que él dijo a propósito de García Luna fue cierto —o considerado como tal por el jurado, y tácitamente por el juez al no suprimir ese testimonio—, entonces lo dicho por Zambada a propósito de López Obrador también debe ser considerado como cierto. En cuyo caso López Obrador, como jefe de Gobierno en aquel momento, y sus colaboradores también son, si se quiere, corruptos, fifís, cómplices del PRIAN y, hasta cierto punto, compañeros de camino de los convocantes a la manifestación del domingo.

Ya sé que suena muy formal el argumento, por eso se le llama a la lógica fundada por Aristóteles lógica formal. El simplismo o el formalismo del sofisma de López Obrador a propósito del acto del domingo se puede aplicar perfectamente a él también, y a sus colaboradores. O si ese simplismo y ese formalismo se considera aberrante, entonces también hay que considerar aberrante el sofisma del propio López Obrador sobre la manifestación y sus supuestos convocantes.

La manifestación mostró que ninguno de los recursos retóricos o políticos para disuadir a la gente de ir funcionó. Nadie se rajó por ser tildado de cómplice de García Luna. Van dos veces que esta sociedad civil organizada y los partidos políticos salen a la calle juntos en cantidades muy significativas, y en muchas ciudades de la República, para defender al INE y protestar contra un conjunto de políticas de López Obrador. Habrá que ver si esta fuerza y esta unidad alcanzan para las elecciones del Estado de México en junio, y para las del año entrante a la Presidencia, el Congreso y nueve gubernaturas.

Pero, por lo pronto, parece claro que los sofismas de López Obrador no funcionan, por lo menos entre la gente que ya no le tolera sus excesos, sus arbitrariedades y sus trampas conceptuales. Ahora habrá que ver si este rechazo empieza a extenderse a otros sectores de la sociedad mexicana —el empresariado, la iglesia, un mayor número de medios de comunicación— y a la comunidad internacional. Ahí va la cosa.

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