Un excelente trabajo de reportaje de J.D. Long-García, editor principal de la revista “América”, la revista de los jesuitas estadounidenses, pone al descubierto las enormes simplificaciones que, en ambos lados de la franja divisoria, se manejan de la frontera común (3,118 kilómetros) de México y Estados Unidos.

Se trata de la recensión que hace Long-García en la versión web de la revista (el artículo aparecerá el 16 de abril en la versión en papel) del trabajo fotográfico de David Taylor sobre la realidad vivida en la frontera de Estados Unidos y México.

Alejarse de los estereotipos

Taylor, quien tiene un estudio en Tucson, Arizona, quiere “alejarse de los estereotipos” que hay sobre la pobreza del lado mexicano, la dureza del lado estadounidense, el sufrimiento atroz de los indocumentados, la indiferencia de la población, contrastada con la creencia de que los “ilegales” son violadores en potencia o en acto.

La labor de Taylor se extiende ya por once años haciendo fotografías en la frontera entre Estados Unidos y México, capturando las complejidades de una tierra que se simplifica constantemente. Desde luego, dice, “puedes encontrar estereotipos, existen”, pero no es lo importante para él. Se trata de ir más lejos.

DAVID TAYLOR

© DAVID TAYLOR
Fotografìa de David Taylor de la serie «Monumentos»

“Hay una tendencia a presentar la frontera como una experiencia monolítica. La multitud de imágenes mentales que la gente conjunta, connota una relación binaria entre los dos países. Aquí-allí; nosotros-ellos; norte-sur; bueno-malo” y, desde luego, ni todo es así ni debe entenderse así.

Simplificar las cosas –más en política exterior y peor aún, entre países vecinos—puede producir catástrofes.

Monumentos al viento

Por ejemplo, la ciudad mexicana de Tijuana, en el extremo noroeste del país, frontera con San Diego, ambas en las californias. Siempre se pone énfasis en la pobreza de su población, gran cantidad de ella venida de sitios tan distantes como el sur de México, Michoacán, Honduras o Haití.

Pero en Tijuana hay otras grandes experiencia, escuelas y universidades católicas, centros de desarrollo comunitarios, una gran industria y cientos, miles de productos gastronómicos, restaurantes, turismo, hoteles y una solidaridad intensa a favor de los refugiados y de los orillados –por diversas razones—a tratar de cruzar la frontera a Estados Unidos.

David Taylor “ha fotografiado a la patrulla fronteriza de Estados Unidos, contrabandistas y 258 monumentos erigidos para marcar la frontera entre Estados Unidos y México en 1854 después de la compra de Gadsden, que estableció el límite internacional actual entre las dos naciones”, escribe Long-García en su reportaje

Señala, más adelante, que el influyente rotativo The New York Times, describió la serie de fotos de Taylor, “Monumentos” )los que se han puesto para delimitar simbólicamente, la frontera común) como “un catálogo que es tan simple, pero tan atado con ideas de identidad nacional, conquista y desesperación” que solamente se puede entender el suroeste de Estados Unidos con “los ojos de la historia”.

Un intento de asimilación final

Taylor, quien recibió una beca Guggenheim en 2008, y enseña en la Universidad de Arizona, recuerda que antes de 1836 la frontera común entre México y Estados Unidos se extendía

Antes de 1836 la frontera se extendía 3,861 kilómetros, pues México contaba con los estados que hoy son California, Nevada, Utah, Arizona, Nuevo México y Texas, junto con partes de Wyoming y Kansas. Esto ha dejado un gran intercambio cultural y de identidad entre ambos países.

Pero las operaciones del muro y de las vallas fronterizas, que iniciaron en 2006 como las medidas de seguridad más recientes son intentos de definir los límites de la nación estadounidense, “tanto geográfica como culturalmente”.

“Estamos viendo el acto final de asimilar el suroeste al resto de los Estados Unidos”, dice Taylor. La apuesta por el gigantesco muro de la actual administración federal que encabeza Donald Trump, va en esta lógica simbólica: volver “América para los americanos” y plantar cara a todo lo que hace que el estereotipo hispano sea rechazado, sin mayor complicación, acusando a los mexicanos como “violadores y narcotraficantes”.

*Con información de la revista “América”

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