Andrés Manuel López Obrador ha sostenido que la democracia venezolana es mejor que la mexicana. (Univisión, 7 de febrero de 2017). La libertad con la que circuló esa declaración prueba lo contrario. Hay otras pruebas, comenzando por lo electoral, donde AMLO pone el énfasis. Él mismo ha aparecido en más de un millón de spots que se han trasmitido libremente por la radio y la televisión, promoviendo su candidatura. Esos medios y la prensa escrita lo han entrevistado con frecuencia. Morena cuenta con una representación en el Senado, en la Cámara de Diputados, en los Congresos estatales y en la Asamblea Legislativa de la Ciudad de México. Morena ha recibido el financiamiento que el Estado otorga a los partidos. Morena ejerce libremente sus tareas legislativas. Morena gobierna varios municipios en el país. Morena celebra libremente sus congresos y mítines. Morena participará en las elecciones federales del año entrante bajo las reglas e instituciones de la democracia mexicana, que su presidente considera inferior a la venezolana. Si López Obrador estuviera en la oposición en Venezuela, en vez de tener estas oportunidades, habría sido arrestado.

En una entrevista sobre el tema venezolano, López Obrador se limitó a aconsejar a la oposición «no caer en la violencia», pero no mencionó la verdadera violencia, la del régimen, cuyas imágenes atroces inundan las redes sociales.

En Venezuela, la Asamblea Nacional electa por más de 14 millones de ciudadanos ha sido atacada y desconocida por el régimen de Maduro, quien ha impuesto una Asamblea Constituyente con poderes absolutos, contraria a la Constitución vigente (promulgada por Hugo Chávez en 1999) y contraria también a la voluntad de la gran mayoría de los ciudadanos expresada en un plebiscito. Del mismo modo, la fiscal general ha sido despedida para imponer una Fiscalía servil al régimen. Por orden del Poder Judicial, decenas de alcaldes de la oposición están bajo investigación penal o en la cárcel. La autoridad electoral bloqueó un referéndum revocatorio legal, postergó comicios regionales y, para coronar su obra, impidiendo toda vigilancia, infló en varios millones de votos el resultado de las recientes elecciones para favorecer a la Asamblea Constituyente, cuya legitimidad ha sido denegada por numerosos gobiernos y organismos internacionales. En Venezuela no hay televisión independiente (ni siquiera los canales internacionales) y la radio y prensa independientes sufren desde hace años el acoso del régimen.

Pero lo más grave es la violencia que ejerce el gobierno de Maduro contra la ciudadanía. Las escenas de sadismo, vejación y muerte son inocultables. La Guardia Nacional Bolivariana ha reprimido brutalmente a la población que, en una hazaña sin precedentes de coraje cívico, protesta pacíficamente por la carestía, la inflación, la falta de medicinas y alimentos, y la asfixia de todas las libertades. Hasta la fecha hay más de cien muertos, cientos de heridos y detenidos ilegalmente.

A pregunta expresa sobre el régimen de Maduro, López Obrador respondió con una evasiva: «Yo no conocí a Chávez, no conozco a Maduro, bueno con decirles ni conozco Venezuela. Yo soy de Tepetitán, Macuspana, Tabasco». Es cierto, pero no conocer a Pinochet ni a Chile, y provenir de esa región mexicana no le impidió repudiar en 1973 el golpe a la democracia, como tantos lo repudiamos. ¿Por qué mide con distinta vara a los dos dictadores?

Extrañas contradicciones de AMLO. Se declara admirador de Gandhi pero permanece indiferente ante la resistencia pacífica del pueblo venezolano. Se declara juarista, pero el atropello a un Congreso electo y una Constitución vigente lo dejan frío. Se declara de izquierda, pero no denuncia la represión ni lo conmueve la tragedia humanitaria de los venezolanos.

Frente al régimen de Maduro, AMLO no puede tapar el sol con un dedo. Los múltiples defectos de la política mexicana (que sin duda existen, incluso en su partido) no pueden servir de parapeto para desviar la atención de lo fundamental: ¿está con la dictadura o está con la democracia?

Si AMLO no condena al régimen de Maduro, los mexicanos sabremos a qué atenernos en el caso de su triunfo en las elecciones de 2018. La definición es imprescindible si López Obrador aspira a gobernar a México, no a una fracción de México, sino a todo México. Y es imprescindible porque la gran mayoría de los mexicanos no queremos que nuestro país se convierta en una nueva Venezuela.

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